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jueves, 12 de febrero de 2009

Cinaroas III

Gustavo Martìnez Castellanos

La primera visión que Sinaloa ofrece al viajero que llega por aire es la de una tierra pródiga: una costa inabarcable que detiene con el encaje del mar playas limpias de escollos que avanzan tierra adentro en incontables terrenos de agricultura. Sinaloa es la segunda productora nacional de legumbres y, certeramente, un saludable tomate rubicundo sustituye la /o/ de su nombre.
Esta imagen paradisíaca es una recompensa para quien ha pasado una noche a menos tres grados de temperatura en un hotel de Toluca después de haber intentado dormir en un sofá por falta de reservación (sin tarjeta de crédito el mundo –al menos éste- no funciona) y lo único posible de conseguir es una habitación con cama matrimonial y algunas cobijas de más por un precio extra en el alquiler. Salimos de ahí a las siete de la mañana
Después de atravesar por aire el país cuyo rostro parece cauterizado por diversas eras geológicas llegar de nuevo a la costa del Pacífico es como volver al útero: cálido y suave. Seguro. Aún más: bajar del avión y respirar el aire a trópico fue otra forma de sentirse en casa. No era una reminiscencia o retención: estábamos a más de cincuenta kilómetros de la costa y su sabor nos llegaba con una nitidez impropia para la distancia en uno de los aspectos que más llamaron mi atención de Sinaloa: es un lienzo extendido sobre la costa delimitado con tierra adentro por esa cordillera que conocemos con el nombre de Sierra Madre Occidental, por ello en la primera entrega dije que este estado era como la república de Chile, y algo más: lo surcan más de ocho ríos que desde aquel espinazo buscan el mar. Así, es imposible no considerar que es una tierra ampliamente bendecida: costa sin fin, agua dulce a granel, planicie y clima húmedo y cálido sólo pueden atraer, con trabajo y tenacidad, riqueza y prosperidad. En otro rubro esas características les permiten contradecir la Constitución en el artículo que ordena que ningún puerto puede ser cabecera de estado. La ciudad de Culiacán no es puerto pero como municipio tiene costa. De hecho, casi todos los municipios de Sinaloa tienen costa: la Constitución puede esperar.
Llegamos a las nueve de la mañana, hora local. Después de algunos minutos apareció el enlace “Me considero un buen fisionomista pero no te reconocí”, dijo. Vestía una chamarra ligera pero se frotaba las manos como si esperara en una estación del ártico a que saliera su trineo. Bajo y delgado, de rostro peculiar y piel ceniza, contrastaba con el señor de bigotes y perfecto peinado de raya al lado ubicado detrás de él y cuyo nombre me dijo en un gesto de cotidianidad ya exento de cortesía y que tal vez por eso no pude retener. Entre otras cosas, no porque ese señor haya sido el chofer que amablemente condujo la camioneta en la que nos transportaron, sino porque su actitud fue la actitud de los mexicanos que salen en las películas extranjeras: lacónico en extremo, atento a lo suyo, experto en lo que hace, una presencia ausente; algo así como lo que describe Octavio Paz en su Laberinto pero con un hálito de orgullo bien ganado. Blanco y robusto; su voz, en su acento, nos permitió, cada vez que hablaba, sentir la certeza de que era el único sinaloense en la camioneta.
El enlace inició el recorrido cambiándolo, en una de sus llamadas a mi casa había dicho que visitaríamos las instalaciones del Instituto Sinaloense de Cultura que yo deseaba conocer, pero como no llegué un día antes nos llevó sin escalas al hotel en el que pernoctaríamos. Es una hospedería pequeña pero moderna y alta, de varios pisos, quizá una de las más altas. Desde ahí tomé algunas fotos de la ciudad que a esa hora lucía fuertemente contrastada por la mañana. Antes de subir, desayunamos en el restaurant, un pequeño local acogedor y bien distribuido atendido por bellísimas meseras. Es proverbial, todo mundo me decía: “Ahora que vayas a Culiacán lamentarás no ir solo, sus mujeres son hermosísimas y las encontrarás en todos lados”. No mintieron, pero no lamenté ir acompañado. Las vi desde que tomamos el avión en Toluca y durante el trayecto al hotel, en la hora en que todo mundo regresa de dejar a sus hijos en el colegio o recordó en la oficina que olvidó algo en casa. Sin embargo mi atención no estaba fija en la gente, no a esa hora, mi atención estaba en la charla del enlace que relataba su tierra saltando de un tema a otro en un ejercicio en el que yo le ayudaba motivado por su propio interés. Hablamos de política, de economía –él me informó que Culiacán es el segundo productor de hortalizas del país y que las cosechas se vendían por adelantado para compañías norteamericanas y japonesas que cotizaban en Wall Street. Hablamos de historia y de costumbres. Como buen sinaloense se disculpó por la falta de agua en los cauces que atraviesan Culiacán “Ése problema”, dijo con una sinceridad doliente y entre uno y otro tema intercalaba cosas de la cultura y de su papel en el Instituto Sinaloense de Cultura para el que lleva “más de veinte años trabajando”, dijo con el mismo color de voz de cuando dijo “ese problema”. Yo más tarde sabría el porqué.
En el hotel, en cambio, tocó dos temas especiales: la publicación de mi libro y los viáticos. Sobre el primero me sugirió que usáramos una editorial cuyo nombre me reservo por respeto al trabajo que realiza, que siempre es encomiable si es por la cultura del país; enhorabuena. Sin embargo fui claro, le conté que a través de un amigo mutuo, el titular de esa editorial me había pedido un libro para publicarlo, que yo se lo había enviado y que él me había pedido que lo contactara tres meses después. Así lo hice, ni un día menos, y cuando respondió a mi llamada me dijo que le había parecido bueno pero que no lo iba a publicar porque unos días antes Aída, mi amiga, le había escrito pidiéndole información sobre el avance de la edición “Y no me gusta que me presionen”, argumentó. Me pareció estrambótica su actitud, sentirse presionado por una carta después de tres meses de confianza era un pretexto muy malo para negarse a cumplir con la palabra empeñada. Le di las gracias, le extendí un abrazo para el día en que volviéramos a encontrarnos y colgué. No es que no me interese publicar; sólo no está dentro de mis prioridades. Una de las razones por las que escribo es para experimentar y si lo que escribo me satisface y comunica lo que quiero, con eso me basta. Pero considero que si alguien me dice Quiero publicarte un libro, y me lo pide y se lo doy, lo menos que debe hacer si no puede o no quiere cumplir con su palabra es disculparse no escudarse en nimiedades. Las razones por las que este editor se echó para atrás pueden ser muchas. Tal vez fue presionado por amigos o mafiecitas culturales. No lo sé. Por ello, cuando el enlace me dijo: “Publicaremos tu libro en esta editorial” le pedí que buscara otra porque en ésa el titular no es serio. Parece que no me escuchó, porque días después insistió en que publicáramos ahí mi libro y le recordé por escrito –otra vez- las razones aquí descritas. El otro tema especial fue la entrega de los viáticos para mi estancia en Sinaloa: después de pagar el desayuno quedaron doscientos pesos ¿Qué hubiera hecho si hubiera decidido llegar un día antes? Culiacán es una ciudad empresarial y, por ello, cara en relación con otras ciudades del país. Con el dinero que llevaba no hubiera durado ni un día. O hubiera permanecido todo el tiempo en el hotel, y eso no debe hacerse en un lugar como Culiacán. En la siguiente diré porqué. Gracias a Jorge Falcón, por su amistad sin adjetivos y todas sus atenciones; te abrazo, Jorge. También gracias a Luis Flores Lonazkuo compañero de Diario 17 y a Rossana Agraz por su e-mails. A Aída mi cariño, por fin vio el video. Felicidades a Liz y Carlos por el apoyo recibido del Foeca, trabajen duro. Nos leemos en la crónica gustavomcastellanos@gmail.com

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"Aún una vida feliz no es factible sin una medida de oscuridad, y la palabra felicidad perdería su sentido si no estuviera balanceada con la tristeza. Es mucho mejor tomar las cosas como vienen, con paciencia y ecuanimidad"

〜※Carl Jung※〜