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viernes, 17 de julio de 2009

UN CRIMEN


Bertha mira obsesivamente el cadáver de su esposo. La sangre aún fluye por la herida mortal y ella contempla con frialdad las manchas púrpuras en sus manos y en sus ropas.
Por fin ha sucedido, por fin ha cometido el espantoso crimen. En realidad no lo planeó, aunque alguna vez temió que acabaría por hacerlo porque muchas veces él le jodía la vida.
Lo que sí deseaba era dejarlo, separarse. Un círculo vicioso neurótico y deprimente la hacía girar en torno a él, soportando agresiones y burlas que la hacían odiarlo desesperadamente e inclusive desear su muerte, para sumirse luego en un depresivo cúmulo de sentimientos de culpa: pobrecito, está tan solo; no tiene vicios, no es mujeriego; sobre todo: es un artista...
Bertha hacía méritos para despejar esa culpabilidad, se engañaba creyendo que todo iba bien, hasta que chocaban de nuevo.
¡Cuántas veces quiso huir! ¡Largarse lejos! Nunca lo logró y sólo se refugiaba en la idea de ser libre algún día. Al principio, el pretexto para no irse fueron los hijos; sin embargo, cuando ya éstos eran mayores, seguía aferrada al remedo de hogar.
Algunas veces intentó hablar con él como personas civilizadas:
-Debemos separarnos -dijo. -No es vida esta manera de existir que llevamos tú y yo.
Él le impedía continuar: -¿Qué dijiste? exclamaba a la vez que reía: ¡ya se largó! ¡No chiquita! Aunque no quieras tú ni quiera Dios ¡Lo quiero yo! -esta última frase la decía cantando, parodiando el bolero de Lara.
Esos eran los intentos de liberación de Bertha. Nunca pudo irse ni terminó los trámites del divorcio que dos veces comenzó. En ocasiones él la sacaba de quicio de tal manera que ella habría querido fulminarlo. Más tarde, cuando intentaba recordar lo ocurrido no lograba puntualizar el hecho. Persistía el dolor, la sensación de haber sido vejada, ofendida, pero no podía recordar cómo y así se prolongó la vida matrimonial.
Bertha, aún con el “asesino” en la mano (así llamó al cuchillo por su filo impresionante) trata de recordar lo bueno y no puede; así como antes olvidaba lo malo, hoy ha olvidado lo bueno y permanece indiferente, insensible ante el cuerpo aún caliente de Carlos.
Recuerda su tacañería para contribuir a los gastos básicos de la casa, no así para salir a restaurantes, comprar armas o acudir al Club Cinegético o a torneos de tiro al blanco; su grosero modo de acariciar, su aliento siempre fétido.
Recuerda su propia soledad para conducir a los hijos y los problemas que éstos tienen por haber crecido entre dos influencias tan opuestas. Sus pobres hijos nunca supieron si hacerle caso a ella o al padre; obviamente se inclinaban hacia donde les convenía pero sin estar seguros de nada.
Bertha se alegra de ver a Carlos allí, tendido, con esa expresión de incrédulo horror en los ojos abiertos.
Algunos minutos permanece como en otra dimensión, sin oír. Viendo sin ver y recordando, torturándose: reviviendo cada humillación, cada burla, cada vejación íntima. La radio está encendida y una melodía interpretada con violín llega hasta su cerebro haciéndola reaccionar, recordándole mejores tiempos.
El eterno círculo vicioso se cierra de golpe. ¿Qué ha hecho? ¿No era él un hombre sin vicios? ¿No era un maravilloso artista? ¡Nunca fue mujeriego!
Su mente comienza a funcionar, a salir del embrutecimiento inicial. El peso enorme de su acción cae sobre ella. ¿Qué va a pasar? Se la llevará la policía. Pero lo que la sume en una verdadera agonía es pensar en qué dirá a sus hijos.
La culpabilidad va siendo cada vez mayor. Ha matado al esposo que ella libremente eligió. La inundan las lágrimas mientras su cuerpo se dobla sin fuerza sobre el cadáver.
No puede soportarlo, no hay expiación posible. En un arranque desesperado hunde el “asesino” en su propio cuerpo como antes lo hiciera en el de Carlos. La vista se le nubla...
-¡Ábreme la puerta, con una chingada! ¡Me estoy muriendo de hambre! ¿No hay una mujer en esta casa? exclama Carlos con fuertes voces y pateando la puerta.
Bertha corre a abrir y se dispone a servirlo. Trata de recordar qué fue lo que sucedió para que ella haya imaginado matar a su esposo pero no lo consigue.
Bueno, no importa. Por ahora hay que atenderlo. Ya lo recordará después, tal vez ni siquiera sea necesario hacerlo porque seguramente pronto logrará irse. Sí, en cuanto se case su hija mayor... sí.
-¡Bertha! ¿Qué pasó con la pinche comida?
-Ya voy, ya voy.

Teté Chávez Varela




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"Aún una vida feliz no es factible sin una medida de oscuridad, y la palabra felicidad perdería su sentido si no estuviera balanceada con la tristeza. Es mucho mejor tomar las cosas como vienen, con paciencia y ecuanimidad"

〜※Carl Jung※〜