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viernes, 29 de mayo de 2009

I. Este es Víctor y su Marketing de Guerrilla

Tenía por lo menos cinco meses que no dedicaba tiempo a ver televisión, y ese día la encendí como quien sabe que tiene una cita, así me encontré con Víctor Manuel Navarro, en TVE Española Internacional. No podía creer lo que veía, un escritor novel articulando su propia campaña para promocionar su libro. El le llama "Marketing de Guerrilla", y vaya que lo es. Era sorprendente mirarlo con su cartel rotulado a mano, megáfono y cámara de video, atrayendo la atención de conductores, peatones y hasta televidentes, pues yo también quedé atrapada; y una vez terminado aquel reportaje, lo busqué ahora en la Web, YouTube y vía email, nos comunicamos y este es el resultado, acompañanos.
Da clic al logo de Radio Televisión Española y mira el programa completo.

Veamos las ideas de un emprendedor y osado escritor, que con ingenio y decisión llevó a cabo su proyecto.
Este es Víctor y su Marketing de guerrilla.

Las Notas de Ro.

II. "Compra mi libro" - Oficina de Recuerdos Perdidos

¿Qué hacer si vas a publicar un libro y no tienes medios para promocionarte?

¡Coger una cámara, salir a la calle y gritarlo a los cuatro vientos!
"Compra mi libro" es una serie, a medio camino entre el documental, el making of y el reality, sobre las aventuras de un escritor novato y sus amigos para promocionar su libro. 100% marketing de guerrilla.

Libro: "Oficina de Recuerdos Perdidos"

Autor: Víctor Manuel Navarro

País: España

A la venta desde marzo de 2009.


http://www.oficinaderecuerdosperdidos.com



¿Cómo describe el autor su obra?


“…es una colección de historias cortas, cada pieza es una sorpresa. Son historias la mayoría fantásticas, pero siempre partiendo de un mundo, de unos personajes, de un estado de ánimo muy reales, juego con la sorpresa además son relatos íntimos, no autobiográficos, muy personales, convertidas en cosas muy universales”.


Descarga el relato


Las notas de Ro.

III. Relatos en YouTube - Marketing de Guerrilla

En YouTube puedes ver la serie documental, este es el cap. 2

.........

Si me editan este año...
Ya me veo formando equipo con: Tavo, Aída, Pao, Isa, Gabi, Maricarmen...
aplicando lo aprendido de Víctor y gritando a todo pulmón
¡COMPRA MI LIBRO!

Enhorabuena Víctor, te deseamos exitos a tus creativos esfuerzos.

Las Notas de Ro.

viernes, 22 de mayo de 2009

Ganadora del Bando Alarconiano 2009

Gana el Concurso Estatal de Bando Alarconiano 2009, la escritora y promotora cultural CONCEPCIÓN AÍDA ESPINOBARROS. Si, nuestra querida profesora, la fundadora de los talleres culturales entre los que se encuentra el de narrativa al que asisto. Aída es una mujer dedicada, emprendedora, creativa, sensible, una artista, y gran amiga. Su pregón fue seleccionado por su originalidad y creatividad de recursos estéticos, afirman los jurados. El premio será entregado el día de hoy 22 de mayo en la inauguración de la Vigésimo Segunda edición de las Jornadas Alarconianas en la ciudad de Taxco, Guerrero.
Para ti querida Aída nuestro cariño y reconocimiento de siempre y en esta ocasión, por tan merecido premio.

Astrid Paola

L' escalier


Desde el primer escalón supe que no bajaría vivo.

La mancha crece en mi pecho.

Huir, quedarse o permanecer, la eterna pregunta se hace más confusa cuando todos los pensamientos se agolpan como bandada de pájaros escapando al viento, y sólo queda escuchar el eco de la respiración disminuyendo mientras los minutos aumentan, hieren como agujas de reloj puntiagudas que se clavan en la piel.

Cierro los ojos y como en una epifanía me descubro al inicio de una escalera, mis pasos resuenan en la oscuridad del cielo. Mi pecho aún tiene la rosa roja dibujada con mi sangre. El olor a jazmines se prende de mis sentidos.

Cada escalón me llevaba más lejos. Me acerca a la luz y me aleja del suelo. Subiendo veo los más extraños paisajes, pinturas surrealistas que me envuelven y confunden mi vista.

Mientras asciendo la espiral, llega la noche y se despide el día, caen estrellas y cometas, Leonidas se desprenden y caen como pesadas rocas en llamas, tan cerca que si estiro la mano atraparé una, pero no me suelto, me da miedo trastabillar en algún escalón y caer irremediablemente hasta estamparme en el concreto.

En cada escalón me siento más ligero, cada paso me pesa menos, como si me aligerara el alma, como si trozos de ella se desprendieran.

De pronto empiezo a sentirme cansado, mis pies pesan como si las escaleras fueran fango que se pega a ellos. Arrastro más y más lodo, haciendo mis pasos más pesados; entonces el paisaje cambia, tonos sepias me remiten a recuerdos olvidados, tristes. Siento cómo el cuerpo me hormiguea, puedo ver miles de insectos escarbar en mi piel, entrando y saliendo, hurgando y comiendo.

Subo, casi por inercia, sacudiendo brazos y piernas, para liberarme de la carga que me hace más pesado el ascenso.

Veo pedazos de mi piel desprenderse y el hueco ser invadido de inmediato por insectos carroñeros. La repugnancia me revuelve el estómago y me doblo de asco para vomitar, pero no dejo de caminar. Como si supiera que detener el paso es peor que aquel enjambre sobre mí. Estoy extenuado.

Veo una sombra escalones arriba, sigo moviendo mis pies con la esperanza de encontrar a alguien que me indique la salida. La sombra me alcanza, es un espectro descarnado que cubre sus huesos con una gastada túnica. ¡Ayúdame! –grito. Pero no responde. Señala hacia arriba y escucho una voz que no parece provenir de ella.

– Esta escalera no tiene fin, el primer peldaño es el último.

-¿Qué debo hacer, entonces? pregunté desesperado

-Arriba te espera la muerte, abajo te espera el infierno. Si quieres bajar, sólo debes saltar, si quieres subir, sólo deja de caminar. No importa que escojas, de las dos maneras, en las dos orillas te esperan las reacciones a tus actos.

Ante mi horror, se disolvió en la espesura del paisaje.

Han pasado años, perdí la noción del tiempo hace mucho, la luz se desvaneció hace tanto. Y yo, sigo subiendo con mi carga a cuestas.

Arderé en la noche sin fin, consumido por los insectos que no terminan de devorarme. El miedo me impide saltar o detenerme. En agonía, así hasta redimir el último de mis pecados, seguiré caminando como película que se rebobina una y otra y otra vez, infinitamente.


lunes, 18 de mayo de 2009

Mario Benedetti

Síndrome


Todavía tengo casi todos mis dientes

casi todos mis cabellos y poquísimas canas

puedo hacer y deshacer el amor

trepar una escalera de dos en dos

y correr cuarenta metros detrás del ómnibus

o sea que no debería sentirme viejo

pero el grave problema es que antes

no me fijaba en estos detalles.


Mario Benedetti


El escritor uruguayo Mario Benedetti, fallecido este domingo 17 de mayo, a los 88 años, recordado no sólo por sus virtudes literarias, sino sobre todo por las humanas, como el hombre bueno, sencillo, consecuente y alegre que fue.


Carta de Julio Cortázar a Juan José Arreola


París, 20 de septiembre de 1954

Querido Arreola:

Hace varias semanas Emma me mandó sus dos libros, y al abrirlos me encontré con unas dedicatorias que me llenaron de alegría. Pero todo eso es nada al lado de la alegría de leer los cuentos, a toda carrera primero y después despacio, tomándome mi tiempo y sobre todo dándoles a ellos su propio tiempo, el que necesitan para madurar en la sensibilidad el que los lee.

Ya habrá observado que uno de los problemas más temibles de los cuentos es que los lectores tienden a leerlos con la misma velocidad con que devoran los capítulos de una novela.

Naturalmente, la concentración especial de todo cuento bien logrado se les escapa, porque no es lo mismo estirarse cómodamente en una butaca para ver “Gone with de Wind” que agazaparse, tenso, para los dieciocho minutos terribles de “Un chien andalou”. El resultado es que los cuentos se olvidan (¡como si pudiera olvidarse Bliss, como si pudiera olvidarse El prodigioso miligramo!).

¿No deberíamos fundar una escuela para educación de lectores de cuentos? Empezando por quitarles de la cabeza todas las ideas recibidas que existen desgraciadamente sobre la materia, rehaciéndoles la atención, la percepción y hasta los reflejos. Ya es tiempo de que en las universidades se cree la cátedra de cuentos, como suele haberla de poética. ¡Qué estupendas cosas se podrían enseñar en ella! Por lo demás los primeros colaboradores de la cátedra (como alumnos o profesores) deberían ser los mismos cuentistas.

Es curioso que muchos de ellos no han reflexionado jamás sobre el género. No hablo de la reflexión estilística, pues no es imprescindible, sino de esa meditación primaria, en la cual colaboran por partes iguales la inteligencia y el plexo, y que debería mostrarle al cuentista lo riesgoso de su territorio, su complicada topografía, y la responsabilidad que supone. El cuento está desprestigiado por los cuentos.

¿Ha visto usted lo que se publica habitualmente en las revistas? Para uno bueno, para un cuento que caiga parado como un gato de un cuarto piso, el resto o son recortes de una situación mucho más extensa (las tijeras son la haraganería del escritor, o su incapacidad para seguir adelante), o difusos tratamientos cualquier tema, bueno o malo; lo que en realidad estropea a estos últimos es siempre la falta de concentración, de “ataque”. Y me parece que lo mejor de Confabulario y de Varia Invención nace de que usted posee lo que Rimbaud llamaba “le lieu et la formule”, la manera de agarrar al toro por los cuernos y no, ay, por la cola como tantos otros que fatigan las imprentas de este mundo. Y por eso acabo de leer sus cuentos —y releer los que más me gustan, y después superleerlos, que consiste en leerlos en el recuerdo—, y estoy contento. No por una razón hedónica, o porque me agrade saber que usted es un gran cuentista, sino porque vuelvo a sentirme seguro de que usted, de que yo, y de que otros cuya lista me ahorro porque usted la conoce de sobra, no estamos equivocados en el enfoque del cuento que hemos elegido y por el cual seguimos andando. Los franceses, por ejemplo, se equivocan de medio a medio en su tratamiento del cuento. ¿Cómo decirlo? Juegan al fútbol en vez de torear, someten la materia narrativa a una serie de evoluciones y combinaciones complejas, a largo plazo, es decir aplican la técnica privativa de la novela y que en ella da resultados maravillosos (que lo digan Balzac, Stendhal y Proust). Porque no ven —y esto es capital— que el cuento es una cuestión de lenguaje formando cuerpo con el relato, y entonces escriben sus cuentos exactamente con el mismo lenguaje más o menos discursivo de la novela. Pero dando un paso más abajo, no cuesta ver que ello sucede porque el impulso motor del cuento es novelesco, y ahí está la gran macana como decimos en la Argentina, ahí está la burrada sin perdón, creer que un cuento, que es el diamante puro, puede confundirse con la larga operación de encontrar diamantes, que eso es la novela.

No me gustan las fórmulas pero me parece que aquí tengo razón: un cuento es siempre el vellocino de oro, y la novela es la historia de la búsqueda del vellocino. La novela es una maravilla, pero su técnica malogra el cuento. Todo esto se lo decía yo a Emma en otra carta, pero me gusta repetírselo a usted al correr de la máquina, porque además tengo las pruebas más sólidas posibles que son sus cuentos. En sus libros hay cuentos de ensayo (y usted me lo previene en Varia Invención, donde habla de “balbuceo”), donde se ve cómo anda buscando el tono justo, y a veces no lo encuentra y el cuento se queda con una pata en el aire (“El Fraude”, por ejemplo, y no sé si usted estará de acuerdo). Pero la casi totalidad de los cuentos de ambos libros dan de lleno en el blanco. Se lo siente desde la primera línea. No se puede decir cómo, es una cuestión de tensiones, de comunicación.

Yo creo que el blanco debe sentir una cosa así, según que la flecha lo alcance en los bordes (2 puntos) y el pleno centro (50 puntos, y a veces uno se gana un pollo). Es fulminante y fatal. Yo empiezo a leer “De balística” —no crea que lo cito por asociación con las flechas y el blanco—, o “El lay de Aristóteles”, y se acabó: instantáneamente pasa la corriente, se establece el circuito, y ya se puede caer el mundo encima que no soy capaz de sacar los ojos de la página. Yo creo que detrás de todo esto está ese hecho sencillo (y por eso tan inexplicable) de que usted es poeta, de que usted no puede ver las cosas más que con los ojos del poeta. Conste que no insinúo que sólo un poeta puede llegar a escribir hermosos cuentos. En rigor el cuento es una especie de parapoesía, una actividad misteriosamente marginal con relación a la poesía, y sin embargo unida a ella por lazos que faltan en la novela (donde la poesía vale apenas como aderezo, y es siempre una lástima por la una y por la otra). ¿Cómo le vienen a usted los cuentos? Yo, que incurro además en la poesía —por lo menos escribo poemas—, no he podido advertir hasta hoy diferencia alguna en mi estado de ánimo cuando hago las dos cosas. Mientras escribo un cuento, estoy sometido a un juego de tensiones que en nada se diferencian de las que me atrapan cuando escribo poemas. La diferencia es sobretodo técnica, porque los “cuentos poéticos” me producen más horror que la fiebre amarilla, y estoy siempre muy atento a que lo que ocurre en mis cuentos proponga al lector una estructura definida, una realidad dada, por irreal que sea para los ojos del lector de periódicos y los seres con-los-pies-en-la-tierra (¿qué son los pies, qué es la tierra?). Si encuentro en sus cuentos una fraternidad que me emociona y me hace desear ser su amigo, es precisamente esa soberana frescura con que planta usted sus árboles de palabras. Los planta sin el rodeo del que prepara literariamente su terreno y “crea una atmósfera”, como si la atmósfera no debiera ser el cuento mismo, la emanación irresistible de esa cosa que es el cuento. Un Henry James es un gran cuentista, pero sus cuentos son siempre hijos de sus novelas, están sometidos a la misma elaboración circunstancial previa, esa técnica de envolver al lector antes de soltarle el meollo del cuento.

Cuando usted escribe “El rinoceronte”, le basta la primera frase (¡qué perfecta!) para que uno se olvide que está sentado en un sillón en un segundo piso de la rue Mazarine (una linda calle, créame) y que dentro de diez minutos le van a avisar que la comida está pronta. El “extrañamiento”, el traspaso al cuento es fulminante. Usted es una hormiga león, si son las hormigas león las que hacen un embudo en la arena para que sus víctimas resbalen al fondo. Cuatro palabras y zás, adentro. Pero vale la pena ser comido por usted.

Como esta carta no es una reseña, no le hablaré en detalle de todo lo que podría surgir de mis lecturas.

Pero hay algo que, por ser tan infrecuente en nuestra América, me interesa señalarle. Me gusta su brevedad.

Quizá con excepción de “El cuervero”, tan sabroso para un argentino que se queda maravillado de los giros, de la plástica de ese idioma que hablan las gentes mexicanas, creo que sus mejores cuentos son precisamente los cortos. Me asombra lo que usted es capaz de conseguir con tan poca materia verbal. “Sinesio de Rodas”, por ejemplo —que como otras cosas suyas me hace pensar en Borges, y creo que no es poco decir—, y el conmovedor y hermosísimo “Epitafio”, que me trajo a mi François Villon de cuerpo presente, enterito, con toda su dolida humanidad que sigue bailando aquí, cerca de mi casa, en las callejuelas de la place Maubert, antiguo refugio de truhanes y putas opulentas y sentimentales.

Podría seguir diciéndole tantas cosas, pero no quiero aburrirlo. ¿Nos veremos alguna vez? Si no viene usted por aquí, escríbame algún día que tenga ganas. Yo le iré mandando lo que publique, que será poco porque en Argentina las posibilidades editoriales están cada día peor. En todo caso le mandaré copias a máquina. Y usted también, mándeme sus cosas. Mi mujer, que ha leído sus cuentos con la misma alegría que yo, se une a mí en el gran abrazo que le enviamos, y que usted hará extensivo a Emma, tan buena e inteligente, y a la muy encantadora Anita y a los Alatorre.

Su amigo,

Julio Cortázar

El rinoceronte


Durante diez años luché con un rinoceronte; soy la esposa divorciada del juez McBride.
Joshua McBride me poseyó durante diez años con imperioso egoísmo. Conocí sus arrebatos de furor, su ternura momentánea, y en las altas horas de la noche, su lujuria insistente y ceremoniosa.
Renuncié al amor antes de saber lo que era, porque Joshua me demostró con alegatos judiciales que el amor sólo es un cuento que sirve para entretener a las criadas. Me ofreció en cambio su protección de hombre respetable. La protección de un hombre respetable es, según Joshua, la máxima ambición de toda mujer.
Diez años luché cuerpo a cuerpo con el rinoceronte, y mi único triunfo consistió en arrastrarlo al divorcio.
Joshua McBride se ha casado de nuevo, pero esta vez se equivocó en la elección. Buscando otra Elinor, fue a dar con la horma de su zapato. Pamela es romántica y dulce, pero sabe el secreto que ayuda a vencer a los rinocerontes. Joshua McBride ataca de frente, pero no puede volverse con rapidez. Cuando alguien se coloca de pronto a su espalda, tiene que girar en redondo para volver a atacar. Pamela lo ha cogido de la cola, y no lo suelta, y lo zarandea. De tanto girar en redondo, el juez comienza a dar muestras de fatiga, cede y se ablanda. Se ha vuelto más lento y opaco en sus furores; sus prédicas pierden veracidad, como en labios de un actor desconcentrado. Su cólera no sale ya a la superficie. Es como un volcán subterráneo, con Pamela sentada encima, sonriente. Con Joshua, yo naufragaba en el mar; Pamela flota como un barquito de papel en una palangana. Es hija de un pastor prudente y vegetariano que le enseñó la manera de lograr que los tigres se vuelvan también vegetarianos y prudentes.
Hace poco vi a Joshua en la iglesia, oyendo devotamente los oficios dominicales. Está como enjuto y comprimido. Tal parece que Pamela, con sus dos manos frágiles, ha estado reduciendo su volumen y le ha ido doblando el espinazo. Su palidez de vegetariano le da un suave aspecto de enfermo.
Las personas que visitan a los McBride me cuentan cosas sorprendentes. Hablan de unas comidas incomprensibles, de almuerzos y cenas sin rosbif; me describen a Joshua devorando enormes fuentes de ensalada. Naturalmente, de tales alimentos no puede extraer las calorías que daban auge a sus antiguas cóleras. Sus platos favoritos han sido metódicamente alterados o suprimidos por implacables y adustas cocineras. El patagrás y el gorgonzola no envuelven ya el roble ahumado del comedor en su untuosa pestilencia. Han sido remplazados por insípidas cremas y quesos inodoros que Joshua come en silencio, como un niño castigado. Pamela, siempre amable y sonriente, apaga el habano de Joshua a la mitad, raciona el tabaco de su pipa y restringe su whisky.
Esto es lo que me cuentan. Me place imaginarlos a los dos solos, cenando en la mesa angosta y larga, bajo la luz fría de los candelabros. Vigilado por la sabia Pamela, Joshua el glotón absorbe colérico sus livianos manjares. Pero sobre todo, me gusta imaginar al rinoceronte en pantuflas, con el gran cuerpo informe bajo la bata, llamando en las altas horas de la noche, tímido y persistente, ante una puerta obstinada.

Juan José Arreola

lunes, 11 de mayo de 2009

En tu Cumpleaños...


Julieta Campos

Escritora cubano-mexicana

(8 de mayo de 1932 – 5 de septiembre de 2007)

Nacida en La Habana, se trasladó a México en la década de 1950 después de casarse con el diplomático Enrique González Pedrero. Julieta Campos ganó el Premio Xavier Villaurrutia por su novela, Tiene los cabellos rojizos y se llama Sabina (1974).

De 1978 a 1982 fue la directora de la sección mexicana de la organización internacional de escritores International PEN.

Cuando su esposo fue elegido Gobernador de Tabasco se estableció en Villahermosa, entre 1983 y 1987. En 1987 su marido fue elegido director del Fondo de Cultura Económica (FCE), una editorial donde Julieta Campos había trabajado como traductora.

Fue Secretaria de Turismo en el gobierno del Distrito Federal con Andrés Manuel López Obrador.



LAS NOTAS DE RO

Julieta Campos, la recuerdo directa, sin dobleces, y al mismo tiempo contemplativa e intelectual, una fusión algo extraña, pero en ella era una realidad. La veo leyendo despreocupada en la playa del "Morro" en Acapulco, cuando interrumpía mis juegos de niña para observarla, era una tía diferente, olía, vestía, conversaba y miraba como nadie; ciertamente era especial. En una ocasión, cuando tía Julieta visitaba a sus suegros (mis abuelos) y mi primo Emiliano vino a casa a jugar en la piscina, ella cómodamente sentada nos observaba jugar, me acerqué para conversar (siempre ejercía en mi una atracción casi mágica), recuerdo que emocionada le describí como las gotas de agua que resbalaban por mis pestañas, al combinarse con la luz, formaban un arco iris que inundaba de colores mi visión, ella sonriendo apuntó en su libreta la idea y crecí imaginando, que mi frase la inmortalizó en alguno de sus libros... cosas de niños.

Sé que tía Julieta sonríe complacida desde el luminoso y bello lugar en el que se encuentra.


Con cariño Ro

JULIETA CAMPOS, UNA EXPONENTE DEL TEATRO CAMPESINO


Julieta Campos, mujer menuda, mirada curiosa, sonrisa apacible, no pudo ganar esa partida con que la muerte la había retado. Luchó con las palabras y una fiera afirmación de la vida. Ahí está su legado, novela, ensayo, investigación, traducción, periodismo, teatro. Buena y fiel amiga. Nunca protagonista. Equilibrando su vocación literaria con la otra vocación de tender una mano a los demás, de servir.
Julieta Campos y De la Torre nació en 1932, en La Habana. Algunas imágenes de su niñez se pueden atisbar en su último y magnus opus La Forza del Destino, Alfaguara, México, 2003. A su alrededor entonces, y tal como recogen las páginas que narran los años treinta, se escuchan las voces de los que querían salvar a la república .
Este libro abre con dos epígrafes, uno de José Martí, y otro de Vladimir Nabokov que me estremeció, y cito: "...nuestra existencia es solo una breve hendija de luz entre dos eternidades de oscuridad".
El primer libro que leí de Julieta fue El Miedo de Perder a Euridice, México, l979, que leí en su traducción al inglés en l993. Me pareció un texto precursor y experimental poco común en la literatura hispano americana. Después de búsquedas en Nueva York pude leerla en el original. Mi sorpresa al comprobar el tiempo que había pasado entre su publicación mejicana y la versión inglesa fue menor a la que sentí cuando constaté el carácter vanguardista de su texto que se separaba de las corrientes en boga de realismos mágicos.
La idea de la isla y de las islas como una metáfora de la búsqueda del amor perfecto es el eje central que mueve a este personaje Señor N, o Monsieur N, mientras sentado en un café situado en un pueblito del Caribe medita y escribe sus anotaciones en servilletas de papel.
En l996 se publica en México Reunión de Familia, que recoge las ficciones Muerte por Agua, Celina y los Gatos, Tiene los cabellos rojizos y se llama Sabina y que incluye también El Miedo a perder a Euridice y una obra teatral, Jardín de Invierno.
Toda esta labor experimental habla, en palabras de la autora, de una difícil transición entre su ciudad natal, La Habana y la ciudad de México a dónde se trasladó en l954.Dice, "dentro de mi, estos espacios (Cuba y México) lucharon entre sí y mi percepción del tiempo prolongó el pasado en un presente perpetuo. En mis textos encontré un espacio imaginario capaz de protegerme del sentido de pérdida que me producía el exilio de Cuba, y también de la distancia que me separaba de mi padre y mi madre".
Más tarde en una visita que hiciera a ellos, su madre ya estaba muy enferma, Julieta comprobó la crueldad del sistema al ser despojada de su pasaporte a su llegada a Cuba.
México la acoge, casada ya con el abogado mexicano Enrique González Pedrero. a quién había conocido en Paris cuando estudiaba en La Sorbona, y prosigue su labor de escritora no sólo como novelista sino también como traductora. Julieta llegó a traducir más de 30 autores, entre los cuales destacan Charles Gibson, Franz Fanon y Andre Gorz. Vivía una vida académica enseñando en la Universidad Nacional y escribía para suplementos culturales y revistas, como Plural, Vuelta y la misma revista de la Universidad que llegó a dirigir en l980.
A petición de Octavio Paz también coordinó las actividades del PEN Club de México y fue la creadora de un boletín periódico que informaba sobre las violaciones a los derechos humanos, muy particularmente, ataques contra la libertad de expresión, tortura y confinamiento. En esos años viajó mucho por América Latina, Europa y los Estados Unidos. Siempre según ella, aprovechaba cualquier oportunidad para llegar a Paris la única ciudad que como México sentía como suya.
En 1975 regresó a la Habana, en sus palabras, no le gustó lo que vio, lo que oyó y lo que no oyó, es más, la isla se había silenciado.
Su otra vertiente, su vocación de servir, se plasma a su llegada a Tabasco, donde su esposo había sido destinado como gobernador del estado en los años 80. En sus trabajos, esta vez concentrados en su inmediata realidad circundante, Un heroísmo secreto, Tabasco, un jaguar despierto y ¿Qué hacemos con los pobres?, demostró un amplio compromiso con los desfavorecidos, o como ella los llamó, los desposeídos.
Es aquí en Tabasco que Julieta crea un laboratorio de teatro para campesinos e indígenas. Con Bodas de Sangre este grupo de actores viajó a Nueva York, donde el empresario y director teatral Joseph Papp, mecenas de muchos grupos experimentales latinoamericanos, acogió en su Festival Latino la presentación de este grupo de 140 campesinos. La tourneé continuó en España, con representaciones en Granada en presencia de Isabel García Lorca y en la Casa de Campo de Madrid.
En 1990 Julieta acompañó a su esposo, nombrado Embajador de México en España. Así es como retoma el hilo de un proyecto que había comenzado a insinuársele en l982: la saga de su familia, De La Torre, desde la toma de Granada, a lo largo de los siglos, la saga de dos países, España y Cuba, su Forza del Destino.
Conocí a Julieta Campos el 8 de noviembre de 2004 en el Hotel Wellington de Madrid, de la mano de su entrañable amiga, Marta Souza Bruzón. Es allí donde se gesta mi poema Historia Seria que ahora lamento no haberlo dedicado a Julieta. Es allí que su palabra ancló en mi imaginación. Días más tarde, al terminar La Forza del Destino, le escribí dándole las gracias por esta obra magna, labor de constancia y amor depositada a los pies de nuestra isla común. Ni Alejo Carpentier osó recorrer el camino duro de sol, piedras, polvo, salitre, turbulento de plagas, de conquistas, de rebeliones, que ha sido la historia conjunta de Cuba y España.
Para mí y otras como yo, Julieta comenzó dando un ejemplo por su disciplina y su entrega a la literatura, exponiendo sus ideas sobre el texto andrógino, que hilvanara el discurso humano para así recrear, como los antiguos vedas, el universo liberado del género a través de la palabra.
En la entrevista reciente que concedió a Danubio Torres Fierro de la revista literaria The Bomb, y de la cual he tomado algunas de sus palabras, Julieta concluyó: "La verdad es que todos los que escribimos repetimos el ritual de Scheherazade: con nuestras historias tratamos de demorar la muerte otro día". Amiga mía, siento que esta vez la demora no haya sido más larga. Para su hijo, Emiliano, y su esposo, Enrique, un abrazo que aunque lejano, quizás nos acerque un poco a ella.

Isel Rivero Méndez
Periodista
Cuba

Publicación de su obra póstuma


Cuadernos de viaje, de Julieta Campos

Las variaciones térmicas de estos Cuadernos de viaje en parte se deben a los distintos soles que iluminan el libro de Julieta Campos (La Habana, 1932 - ciudad de México, 2007). En efecto, ella nos expone sucesivamente al “sol suave, afectuoso” del verano ruso; al “sol almizclado” de una terraza en Santillana del Mar; al “sol todavía muy dulce, nada agresivo” de Tetecala en noviembre; al “sol finísimo” de las alturas de Granada; a “un rayo de sol amable y protector” en Almagro; a “un sol calcinante” en Lisboa; al “juego tibio y cariñoso” del sol de Numancia, y al “sol irritante” de su Habana nativa. Además de los astros con adjetivos afectivos, estos Cuadernos registran dos clases de viaje: el turístico, una “invención diabólica” que Julieta Campos repele y tan sólo sirve de pretexto para el otro periplo, más acorde con su temple sensual y reflexivo: el viaje interior, “a la merced de un péndulo que oscila entre razones y pasiones”. Hasta cabe dudar si estos Cuadernos obedecen exclusivamente a las leyes del movimiento; bien podrían ser los fragmentos de un diario, comenzado al favor de un viaje pero prolongado durante las pausas, sin distingo de géneros, puesto que las fronteras se desvanecen cruzándose, sin más pasaporte que unas hojas en blanco.

“Uno viaja porque no acaba de renunciar a aquella ilusión de la infancia, la de atribuir a ciertos espacios físicos las cualidades de los espacios imaginarios”, escribe Julieta Campos en un vuelo entre París y Madrid. Semejante concepción le hace concluir, por ejemplo, que la Viena imaginaria de Freud, Klimt y Mahler era más pletórica que la Viena real de 1992, y que el San Sebastián actual no tiene el encanto entrevisto en los sueños de su madre, es decir, mediante revistas e imágenes guardadas en un baúl de la casa cubana.

Ciertamente, a través de sus crónicas, Campos propone una poética del viaje o, mejor dicho, una nostalgia de los viajes de antes, sin prisas, con largas etapas y estancias reposadas en un mismo lugar, para no quedarse “sólo con el paisaje y encimando los cuadros, las piezas de los museos, las fachadas de los edificios y, en el mejor de los casos, los pueblitos al borde de las carreteras cuando los hay, porque en las autopistas ni siquiera eso”. Sin embargo, es buena observadora y, sobre todo, una espléndida escritora de paisajes, peripecias y personalidades; es la única condición que nos hace tolerar los relatos ajenos de viaje, porque nos dan la ilusión de mejorar la memoria de los descubrimientos compartidos. Así, volví a sentir con ella “los olivos que, a esta hora, son un plumaje encrespado y gris sobre el verde tierno de la pradera”; volví a saborear “una efímera espuma de fresa” en el restaurante Botafumeiro de Barcelona; volví a ver Lima a través de sus palabras: “La melancolía le es consustancial y acentúa su aire de vieja dama que transmite sin proponérselo la memoria íntima de un porte ya hace tiempo disminuido y de una juventud discretamente pecadora”; recordé mi propia fantasía de una tarde en la Plaza de Oriente de Madrid –“busco las buhardillas de esos edificios bonitos que rodean la Plaza. Tengo la fantasía de que una de esas ventanitas pudiera ser mía”– y un mismo conato de discusión con Gisèle Halimi por su incomprensión de México y “sus esquemas sobre ‘La Mujer’, ese ente convencional que han inventado las feministas”; y me sumergí, en Viena, en el mismo “baño de tina larguísimo, entre espumas con olor a pino” para recoger tanta dispersión y encontrarme conmigo misma. Compartí su manera de calar a Mario Vargas Llosa en la campaña presidencial de 1989: “mientras se manifiesta contra los líderes carismáticos –aludiendo a Alan García– él mismo está imbuido de cierto mesianismo, que cultivan los que le son cercanos”, pero no pude dejar de ironizar sobre su posterior relación con López Obrador, que cojea del mismo pie mesiánico. Me divirtió la pregunta que, ya en 1990, Campos se hacía acerca del recién conocido José Saramago: “Me pregunto si Saramago vive en ese piso diminuto, con tanta economía de espacio, porque realmente no puede vivir en otra parte o por reticencias de una ideología que no se resigna a renunciar a viejos esquemas.” Y se me hizo muy pertinente la observación sobre La Habana restaurada por Eusebio Leal: “El precio que ha pagado Eusebio Leal para que le permitieran armar la preciosa escenografía de la Habana Vieja ha sido aceptar que nadie la habite sino los espíritus [...] El perímetro rescatado se mantiene artificialmente incontaminado por las carencias cotidianas de los habaneros de carne y hueso.”

Pero la parte medular de este libro póstumo, aunque todavía editado por la autora, no es en rigor un viaje sino una estancia en Madrid, de 1990 a 1991, cuando su esposo, Enrique González Pedrero, fue designado embajador de México en España. A un paso de la Residencia de Estudiantes de Madrid, histórico símbolo de la hospitalidad poética, está la embrujada residencia mexicana que Julieta Campos se empeñaba en “hermosear”, como le decía Alejandro Rossi, mientras esta se resistía a la sal en los rincones y al incienso en cada recinto, en pocas palabras, a las recetas mágicas que la racionalidad de la embajadora admitía sin demasiadas reticencias cuando algo inexplicable invadía su espacio vital. Al estilo de la condesa Calderón de la Barca y como si ahora el viejo mundo fuera un exótico espejo, Julieta Campos se preguntaba acerca de los interiores españoles: “¿Los españoles prefieren la calle porque nunca supieron hacer confortables sus interiores o no buscaron el confort de los interiores porque preferían vivir en la calle?”

En rigor, en esos años, el viaje más extraño de Julieta Campos fue al planeta de las esposas de diplomáticos. “¿Quién soy yo en este momento? ¿Quién se supone que soy?”, reitera a lo largo de un exilio más doloroso que el que la separó de su tierra nativa: el exilio de uno mismo, cuando nos sentimos fuera de lugar en nuestra propia alma. “El tiempo se me ha escurrido, ocioso, entre los dedos y soy menos yo que hace tres meses”, se queja ante las obligaciones mundanas y la falta de disponibilidad para escribir su obra. ¿Cuál habrá sido su reacción cuando recibió el catálogo de los cursos de cultura española para esposas de diplomáticos? La imagino viajando de la ira al desaliento con un boleto redondo de indignación en mano, sin escalas en las islas del humor. Y no obstante, pese a haber declarado en un principio que “no tener que fingir que Madrid me gusta es un maravilloso alivio”, cuando llega la noticia del pronto regreso a México, comienza a empollar una nostalgia por la capital ibérica que pretende apropiarse a fuerza de caminatas y banquetes.

Esta ambigüedad no es la única sorpresa que depara el volumen, esta manera de autobiografía que siempre resulta ser un viaje. Se descubre a una Julieta Campos llorando en el cementerio judío de Praga, pero con los ojos casi secos durante un breve viaje de 1977 a Cuba, así como a una inimaginable (al menos para mí) Julieta Campos en pleno fervor patriótico: “Enrique ha izado la bandera en el jardín y todos hemos cantado el himno, yo con excesiva emoción quizás.” Leemos con cierto azoro el relato de una comunión en la ciudad de Córdoba: “La comunión me devolvió un sentimiento muy remoto que se me había perdido, me reconcilió con el pasado, con el mundo de mamá.” Pero la ambigüedad mayor reside en una progresiva pérdida de un centro territorial: ni Cuba, ni México, ni Francia, ni parte alguna del mundo se le antojaban propicios para anclar o, al menos, para representar el origen en el imaginario de la escritora. Entonces, como en sus novelas, Julieta Campos construía islas ficticias, se abandonaba a su “vieja tendencia a encerrar(se) en una simbiosis con E.”, en el “nosotros” narrador más frecuente que el “yo”; se refugiaba en Tetecala para escribir o en los cuartos de hotel “tan perfectamente cobijantes, abullonados, acariciadores” que un océano entero cabía en una tina de baño. ~


Por Fabienne Bradu

miércoles, 6 de mayo de 2009

Los Nadies


Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba.

Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos:

Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones, sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local.
Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.

Eduardo Galeano

martes, 5 de mayo de 2009

Nanorrelatos

Cuento de terror, de Andrés Neuman

Me desperté recién afeitado.


El emigrante, de Luis Felipe Lomelí

- ¿Olvida usted algo?

- ¡Ojala!


Justicia, de Jaime Muñoz Vargas

Hoy los maté. Ya estaba harto de que me llamasen asesino.


Sin título, de Ernest Hemingway

Se venden zapatos de bebé, sin usar.


El dinosaurio, de Augusto Monterrosso

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.


Corazonada, de Antonio Cabrera

Rápido —dijo—, arrojad a ese río las cenizas del Fénix.


¡Sorpresa!, de José Costa Santiago

La primera mañana después de mi muerte...



domingo, 3 de mayo de 2009

INFLUENZA

-Comparto con todos esta información que recibi hace unos días-
Queridos amigos:
quiero compartirles algo que acabo de escribir, para alentar el pensamiento crítico (y el ánimo) con respecto a esta epidemia.

Hace rato escuchaba la conferencia de prensa del secretario de salud sobre la epidemia de influenza porcina y me llamó la atención que el antiviral que se está empleando para combatirla es el Oseltamivir, mejor conocido por su nombre comercial Tamiflu, producido por Roche (también mencionó el Zanamivir, comercializado como Relenza por Glaxo Smith Kline, pero dijo que ese servía "menos"). Del Tamiflu se habló mucho en 2005-2006 cuando la epidemia de gripe aviar, y como nadie en la susodicha conferencia de prensa preguntó que si a poco el medicamento para el virus de la influenza aviar (H5N1) servía también para el de la influenza porcina (H1N1), me puse a buscar en Internet algo sobre eso y encontré los siguientes datos, que quiero compartir con ustedes.

Entre 2005 y 2006 los gobiernos de muchas partes del mundo compraron cantidades de Tamiflu, aunque el número de casos reportados ante la OMS hasta 2006 eran de 115 (de ellos, 79 decesos), y al día de hoy suman un total de 421 (257 decesos).
(http://www.who.int/csr/disease/avian_influenza/country/cases_table_2009_04_23/en/index.html)
Si consideramos que hasta ahorita en México van ya 68 muertes (20 confirmadas virológicamente), me da la impresión que la cantidad de casos de gripe aviar reportados en 2005 no ameritaba ni la inmensa publicidad que se le hizo ni las desmesuradas compras de Tamiflu que hicieron los gobiernos. Algunos ejemplos de esas compras:
- Estados Unidos: en julio 2005 el Pentágono compró reservas de Tamiflu por un valor de 58 millones de dólares. En ese momento Donald Rumsfeld aún era secretario de defensa, siendo accionista mayoritario de Gilead Sciences, propietaria de la patente de Tamiflu http://www.naomiklein.org/articles/2008/09/response-attacks

Más sobre esto, con lujo de detalle, en: http://www.astrodreams.com/foros/viewtopic.php?p=16503&sid=ad2504218b4cac7cc6fba98aea47173c

- En ese año el precio de las acciones de Gilead Sciences aumentó de 35 a 57 dólares por acción, y el valor de la tajada de la compañía para Rumsfeld subió de 2.5 a 15.5 millones de dólares (http://en.wikipedia.org/wiki/Oseltamivir)

- Alemania: en junio 2005 compró a Roche 150 millones de Euros de Tamiflu (12 millones de tratamientos) (http://www.tagesspiegel.de/zeitung/Die-Dritte-Seite%3Bart705,2261507)

- Organización Mundial de la Salud: en agosto de 2005 Roche le "regaló" a la OMS 3 millones de tratamientos (30 millones de dosis). La OMS, diligentemente, recomendó a todos los países que almacenaran reservas de antivirales como el Tamiflu (http://www.roche.es/portal/eipf/Spain/spain_portal/roche_es/2005?paf_gear_id=17400002&paf_dm=full&doc_id=re7300002/re76100002/re77200005/re752003/article/Article_eWep_03244.headline&paf_pageId=re7188183&tostart=1)


- México: en octubre 2005, anunció que le compraría a Roche algo más de 400 millones de pesos en Tamiflu (no sé si 1 millón de dosis o de tratamientos) (http://www.cronica.com.mx/nota.php?idc=208310)

Este debe ser, por cierto, el millón de dosis a que el secretario de salud hizo referencia hoy.
- España: a mediados de 2006 compró 1 millón trescientos mil Euros de Tamiflu (116,000 tratamientos) (http://www.diariodenavarra.es/20070923/navarra/que-fue-tamiflu.html?not=2007092302575898&idnot=2007092302575898&dia=20070923&seccion=navarra&seccion2=sociedad&chnl=10)


El precio del Tamiflu subió de unos 40 Euros en 1999 (fecha en que Roche lo sacó al mercado) a 377 Euros en 2005. (http://www.uce.es/DEVERDAD/ARCHIVO_2005/24_05/DV24_05_28sanidad.html)

Gracias al Tamiflu, las acciones de Roche subieron muchísimo entre 2005 y 2007; obviamente, el día de hoy también subieron significativamente. (http://www.reuters.com/finance/stocks/overview?symbol=ROG.VX)


Lo curioso del caso es que el Tamiflu, al menos el que viene en pastillas, tiene una caducidad de 4 años (el que viene en polvo tiene el doble, pero hasta donde entiendo, casi todos compraron pastillas) (http://www.diariodenavarra.es/20070923/navarra/la-caducidad-oscila-entre-4-8-anos-aunque-este-tiempo-puede-ampliar.html?not=2007092302575895&idnot=2007092302575895&dia=20070923&seccion=navarra&seccion2=sociedad&chnl=10)
O sea que los millones tratamientos que compraron los países en 2005, incluyendo los de México, están a punto de caducar. Qué puntería que justo ahora haya estallado la epidemia; "menos mal que estamos preparados". ¿Nos alcanzarán los medicamentos o habrá que comprarle a la OMS o a otros países con inmensas reservas? ¿o a Roche misma?

No digo que lo de la epidemia sea un cuento, para nada. Nadamás digo que la salud pública es uno de los mayores negocios que existen. Creo recordar que después de las armas y de la droga, la industria farmacéutica es la que más dinero mueve en el mundo. Como tal, la producción de medicamentos y vacunas está mucho más orientada por la ganancia de lo que imaginamos. Si alguien está familiarizado con el sistema de compra de medicamentos del ISSSTE y del IMSS a las trasnacionales de la farmacéutica, sabrá de los lindos "regalitos" que reciben los médicos encargados de decidir qué medicamentos se compran a gran escala (pero claro, eso en el primer mundo no se llama corrupción). Si consideramos estas cosas, digamos que, además del oficial, hay por lo menos otros dos escenarios posibles (todos ellos representados en Internet):

a) Que los virus mismos sean producidos por quienes hacen los medicamentos o por los gobiernos. Esa es, por ejemplo, la postura de los canadienses de Global Research, que no por conspiranoicos deban de carecer de razón:
http://www.globalresearch.ca/index.php?context=va&aid=9833

b) Que el riesgo real no sea tan grave. El miedo en sí es un gran negocio y, bien azuzado, basta para incentivar las compras de los antivirales y las vacunas. Esa es la postura de este artículo sobre la gripe aviar (que al final se apagó, por lo menos el brote de 2005):

http://www.uce.es/DEVERDAD/ARCHIVO_2005/24_05/DV24_05_28sanidad.html

El miedo en sí mismo es un gran productor de enfermedades y de ciudadanos dóciles, además de ser un excelente mecanismo para desviar la atención social. La moraleja de todo esto es simplemente que NO HAY QUE TENER MIEDO. Sea cual sea el riesgo real, la mejor forma de enfrentarlo es, además de tomar ciertas precauciones básicas, adoptando una actitud crítica ante las explicaciones oficiales y mediáticas (que siempre están descontextualizadas), una gran entereza y una confianza de que uno mismo es el principal responsable de su propia salud. En cuanto a los niños, pues nadamás estar bien atentos, pues bien cuidados ellos tienen una gran capacidad de recuperación, y tal parece que los más afectados hasta ahora están siendo las personas entre 20 y 40 años.

Les mando un gran abrazo a todos, que al fin por Internet no hay contagio.

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Bruja Curandera

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"Aún una vida feliz no es factible sin una medida de oscuridad, y la palabra felicidad perdería su sentido si no estuviera balanceada con la tristeza. Es mucho mejor tomar las cosas como vienen, con paciencia y ecuanimidad"

〜※Carl Jung※〜