Diez uvas negras. Grandes. Redondas. Plenas. Le puso el racimo delante, en un platito. Sólo una gota de veneno, le dijeron, era necesaria. Fue comiendo una a una, con deleite. Nueve, ocho, siete, seis. Se sentó frente a él. Se le formaron gotas de sudor encima del labio superior. Cinco, cuatro. No decían nada. No hacía falta. Tres, dos...Sólo quedaba una. Un tic en el ojo derecho. Sólo una. Mirándole fijamente, el jefe le envió, rodando, la última uva por encima de la mesa.
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Nereida
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