Música que inspira, por un fin de semana ¡Mágico!
Desde Acapulco
Personales, Antología, Notas de mi Taller de Narrativa
Yo siempre fui una niña buena. De pequeña ni siquiera lloraba. Todos los amigos de mis padres, no paraban de repetírmelo:
-Que niña más buena.
-¿A quien habrá salido esta niña tan buena?
-¡Ay! Si nuestra niña fuera tan buena como tú.
De tanto escucharlo, llegué a odiar mi forma de ser.
A decir verdad, yo no era ni mucho menos ese angelito que todos pintaban. Lo que ocurría, es que sabía como hacer, para que no me pillaran en ningún renuncio.
De cualquier manera, aquello había marcado mi personalidad. Y sobre todo, mi modo de actuar.
Con quince años, casi dieciséis, yo era una adolescente con poco, más o menos, todo los tiques de una niña de mi época. Pero por el contrario de otras, había desarrollado un instinto maligno, del que la mayoría de ellas carecían.
A esa edad, todas las chicas estábamos pendientes de dos cosas: nuestros defectos, que incluso a las más bellas les parecían desorbitados, y como no, “los hombres”. Por que para todas nosotras, los barbilampiños de catorce y quince años, nos parecían micos.
Mis defectos, no eran otros que los propios del acné, que aunque no se había cebado con mi cara -por el cuerpo ni siquiera había hecho aparición- de vez en cuando se presentaban en forma de unicornio sobre la ceja izquierda.
Aquel grano sin cabeza que duraba tres días así, y purulento los tres siguientes, desataba en mi una tormenta histérica, que sólo mi abuelita lograba mitigar, con remedios caseros que aplicaba al susodicho, sin que éste, por cierto cediera hasta que realmente había fenecido; a los diez días exactos.
Por lo demás, cuando me contemplaba en el espejo de cuerpo entero, que había en el dormitorio de mis padres, después del baño, completamente desnuda, me sentía bonita.
-Guapa decía mi padre.
-Con las piernas como dos columnas griegas, como las de él, - decía mi madre.-
-Con dos tetas y un culo, que no se los salta un gitano, añadía mi amigo Luis.
Los defectos son los dolores de cabeza y motivo de depresión de las chicas como yo. Incluso las más guapas - más ellas que las demás- están al acecho: de ese kilo que nos sorprende, del culo que no sabes como esconder y… ¡Ay! de ese acné traicionero que aparece cuando menos te lo esperas. Ya sea por que te viene la menstruación, ya sea por que le da la gana a tu organismo.
Pero yo, a los quince, era mala. Muy mala. Pasaba las horas pensando en como seducir a mi profesor de matemáticas, al que con un simple cruce de piernas y una caída de parpados cuando me dirigía la mirada, lograba turbar, hasta que los colores de la sangre en sus mejillas, le hacían perder la noción de la hipotenusa que nos explicaba.
Mi distracción favorita al salir de clase, era sentarme en el capó del coche de Luis – que era como se llamaba mi profe- y esperar su llegada, conversando con alguna compañera, que por la tardanza, terminaba por dejarme a solas.
Al verlo traspasar la puerta del colegio, yo lo esperaba sin mover ni un centímetro de mis largas piernas. Y al tenerlo casi a mi vera, saltaba del coche haciendo que mi falda plisada, se alzase hasta la cintura a ras del ombligo.
Aunque rápidamente la bajaba, como si me hubiese avergonzado de lo sucedido. Ni por asomo. Pero era tal la cara de querer salir corriendo de Luis, que no creo que llegara a darse cuenta de lo que en realidad ocurría.
Entonces, yo me acercaba hasta que mi respiración se convertía en el aire de su cara – era un poco menos alta que él – y le susurraba al oído:
-¿Te molesta que me siente sobre tu coche?
Me miraba, con esa cara que sólo las personas desconcertadas, suelen poner y balbuceaba muy bajito:
-Grurr, Gruurr…No, no, no
El no, era interminable, como su mirada hacia el suelo.
Yo me giraba y echaba a caminar. Y a sabiendas de que no apartaba la vista de mi culo, a los diez pasos me daba la vuelta y levantando la mano izquierda, alzaba la voz:
-Hasta mañana profe…
Y al seguir mi camino, era consciente de los destrozos que había causado en los cimientos de ese hombre de cuarenta y…tantos años.
Aquello me hacía feliz. Mi maldad era un poder y me daba toda la fuerza necesaria para sentirme gozosa.
Al llegar a casa, con el mantel puesto y todos sentados a la mesa, mi madre, que para algo me había parido, me miraba de arriba abajo y preguntaba:
-¿Ha ocurrido algo en el colegio, Marta?
-Nada preocupante, mamá. Me lavo las manos y me siento. Perdonad la tardanza.
Las tardes, en el piso de la calle Fernández de los Ríos, discurrían entre los estudios y los asaltos al baño de mi madre, donde realizaba largas sesiones de make-up, hasta ser sorprendida por ella, que me devolvía a los libros y las fantasías sobre el texto de geografía de la editorial Everest.
Yo comenzaba por fijar mi vista en el anagrama de esta editorial, de ahí que aún recuerde su nombre. Y según iba ascendiendo la falda de la montaña, mi ascensión me llevaba en las más de las ocasiones al cuerpo de Luis.
En mis fantasías realizaba todo tipo de triquiñuelas para conquistarlo. Y seducido, conseguir que me hiciera suya, por vez primera.
Los sueños duraban hasta que el timbre de la puerta me sobresaltaba, chorreando de sudor. Sólo el agua templada del lavabo y los gritos de mi madre, para que acudiera a la cocina a cenar, me transportaban después de muchas horas a la vida real.
Mis sueños proseguían después de las oraciones, que a cada día se hacían más mecánicas y mucho más cortas. En el Jesusíto de mi vida… que a mis quince aún resultaba familiar y bonito al oído interno, empezaba y daba fin el rezo.
El tiempo justo de que mi mano bajase al pubis y se entretuviera enredando en el ensortijado de mi vello rubio.
La mayoría de las noches me quedaba entre la fantasía y el sueño transportada, con la mano reposando serena sobre mi vientre liso.
Al despertar no recordaba nada del sueño y por otra parte mi madre, con un nuevo chillido me conducía a la realidad.
En esta realidad, salía como cada mañana, con el tiempo justo, para tomar el autobús escolar. El conductor me hacía un gesto cariñoso con la cara y detenía sus ojos en mis piernas.
Sara, estaba sentada en la última fila y guardaba con sus libros un asiento para mí.
Nos contábamos mil cosas, que día a día parecían nuevas, aunque no eran sino variantes de las mismas que nos habíamos confesado el día anterior.
-A cada minuto que pasa, me gusta más Luis. Anoche soñé que follábamos como locos.
-Que ordinaria eres Marta.
-¿Ordinaria por qué? Follar es follar.
-Si hija, pero hay muchas formas de decirlo.
-Si pero sigue siendo lo mismo.
-¿Tú no eres romántica?
-Follando no. Bueno, la verdad es que no lo sé. Nunca lo he hecho.
-¿Y hablando?
-¿Hablando de follar?
-Hablando de lo que sea.
-De follar no.
-Bueno, déjalo. ¿Qué soñaste?
-Estábamos en un hotel en la montaña. Caía la nieve tras los cristales. La habitación era pequeña y acogedora. Luis, llevaba una camisa blanca por toda vestimenta. El fuego de la chimenea iluminaba su cara.
-¡Ay, hija! ¿Ves, como si eres romántica?
-Por que todavía no follábamos… es broma… ¿Quieres que continúe?
-¡Claro, que quiero!
-El fuego iluminaba su cara y… su… ¡Ja, ja, ja…!
-¡Ja, ja, ja!... Siempre serás la misma.
El autobús se había parado. El primer timbrazo a lo lejos, anunciaba que teníamos que dejar la charla para otro momento. E invariablemente, como cada mañana Sara declamaba su letanía de quejas:
-No hay derecho. Siempre me dejas con la miel en los labios.
-Es que el trayecto desde casa es muy corto.
Y ya no daba tiempo a más, por que estábamos ante la señorita Lara, que nos mandaba aligerar el paso.
-¡Señoritas, dense prisa!
-¡Vamos Sara! Te prometo que luego te cuento el polvo.
Pero nunca se lo contaba. Por que Sara por las tardes, se iba con su padre que venía a recogerla. Y yo regresaba con mis fantasías, con la cara pegada al cristal de la ventanilla del autobús, que chorreaba humedad y sueños de chiquilla mala.
Siempre recordaré aquellos días de mi juventud, como los más perversos que he vivido. Con el paso del tiempo la perversión pasa a ser sibarita y deja la exquisitez de lo imprevisto por desconocido.
Nunca el morbo fue tan romántico como a los quince años. A veces cuando viene a mi memoria, me siento al ordenador a relatarlo, con la esperanza de recuperarlo. Os prometo que si lo consigo, os lo contaré en mi próximo relato.
“Siempre he querido conocer el modo de pensamiento de los indios americanos que habitan en el desierto de Sonora en Arizona. Por fin se me presentó la oportunidad. En unos de mis viajes a la zona, conocí a un indio que accedió a instruirme sobre su pensamiento en disciplinas como la medicina, hábitos culturales, modos de caza…
Un día cabalgamos hasta una zona apartada del desierto, desmontamos y trazó un círculo en el suelo de dos metros de diámetro, con una rama seca que encontró allí mismo. Tiró el palo y me dijo que la primera enseñanza era abrir la mente. Quiero que descubras todo lo que se halla en el interior del círculo y me lo cuentas dentro de dos días, cuando yo regrese. Subió al caballo y se alejó, llevándose también el mío. Yo me quedé allí descorazonado frente a una tarea imposible… ¿Qué se puede encontrar en tan breve espacio desértico? Ya que no tenía nada mejor que hacer en mi remoto lugar, me dediqué a observar el círculo trazado por mi instructor, miraba y miraba y no podía ver nada.
Después de varios intentos empecé a distinguir distintos tipos de piedras, distintos tamaños, colores y texturas y formas. Algunas brillaban por su estructura cristalizada, otras eran rugosas, otras eran muy redondeadas y en un extremo del círculo, habían piedras agrupadas que perecía construcciones funerarias de otras civilizaciones. También vi que entre las piedrecillas minúsculas habían planta diminutas, de un color tierra con matices amarillos y marrones muy mimetizadas con el medio. Estas plantas disimulaban el acceso a un hormiguero por el que entraban y salían muchas hormigas que se comunicaban con breves contactos entre las filas de individuos entrantes y salientes. El recorrido de las hormigas se perdía fuera de los límites del círculo señalado. Vi otros insectos que sobrevolaban la zona y un escarabajo pelotero transportando su material que yo había confundido con una piedra.
Al cabo del rato me di cuenta que en esos dos metros de terreno desértico había un ecosistema con un montón de elementos que reproducían los elementos de la vida sobre la tierra a pequeña escala. Me dio la impresión de que mi visión se asemejaba al de la perspectiva de un avión sobre un gran trozo de territorio y me sentí muy satisfecho de los efectos de mi primera lección entre la tribu de los indios de Sonora.
Cuando mi maestro regresó a recogerme, yo estaba emocionado, pleno de los descubrimientos que había hecho y pasé hacerle el informe de todo lo que había encontrado casi sin moverme durante dos días”.
Will McDonal
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YO AHORA SOBREPASO MI TRADICION FINANCIERA FAMILIAR. Yo honro las raíces de mi familia. Yo reconozco la lucha y el sacrificio de mis padres y sus padres. En agradecimiento a todo lo que se me ha dado, yo ahora doy un salto a territorio desconocido. Yo exploro un nuevo mar de prosperidad. A partir de los logros de mi familia, supero su historia financiera y abrazo el éxito ilimitado. Gracias, Dios"
✬Bob Mandel✬
Por muy oscuro que esté, tengo la certeza de que volverá a brillar la luz.
Acepto lo que no puedo cambiar. Ya se trate de mí mismo, de otras personas o de las circunstancias, sé que necesito armarme de paciencia. La situación puede prolongarse.
La solución que yo adopte no tiene que ser la tuya. Elijo la que me libera de mis propias expectativas y de las expectativas de los demás, de todas las ideas preconcebidas acerca de cómo deberían ser idealmente las cosas.
Me permito sentir ira y tristeza o tener miedo. Pero no estoy a merced de mis sentimientos. Les doy espacio y decido cuándo es hora de pasar a otros pensamientos y cambiar el estado de ánimo.
Asumo la responsabilidad sobre mí mismo. Nadie más determina qué es lo que yo pienso, siento y hago. Soy yo quien configura mi propia vida.
No estoy solo. Si no me obstino en esperar o en estar dispuesto a recibir ayuda de ciertas personas, permanezco abierto a ofertas inapropiadas. Poder introducir una diferencia positiva en la vida de otras personas me fortalece a mí mismo.
Sea cual sea lo que deje a mis espaldas y con independencia de lo importante que pueda ser, tengo un futuro para el que pueda prepararme interiormente. Mis expectativas determinan de algún modo lo que esté por venir.
Todo lo que he vivido es mi capital, le pertenece a mi persona y a mi vida, No repetiría voluntariamente todas las experiencias, pero tampoco quisiera prescindir de ellas, porque sin ellas yo sería otra persona. Lo que soy y la manera en que puedo cambiar está íntimamente relacionado con lo que fui (y con lo que fue).
M. Gruhl, “El arte de rehacerse: la resiliencia“