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lunes, 29 de junio de 2009

Cuento -Tercer lugar Premio estatal José Agustín 2009

HOJA EN BLANCO

No recuerdo cuál fue el último libro que leí. Ya ni pensar en lo último que escribí. Nunca estaba satisfecho.

Me sentaba todas las tardes frente a la hoja de papel en blanco, llenaba hoja tras hoja, como si alguien me dictara al oído frases enteras, luego las arrojaba al bote de basura, una tras otra, hasta que se desbordaba e iban a dar al suelo.

Pronto las letras que brotaban de la pluma se volvieron garabatos ininteligibles que poblaban las blancas hojas. Luego, nada.

Puedo pasar horas contemplando la interminable página en blanco.

Revolution suena en el viejo receptor, la voz de John se pierde entre el estruendo de notas mezcladas con la estática por la mala recepción de la radio. La música siempre me había ayudado a escribir. Ahora es la única compañía.

Enciendo el siguiente cigarrillo mientras el anterior se consume en el cenicero atiborrado de colillas a punto de derramarse sobre la vieja mesa que hace las veces de escritorio y otras de mesa de operaciones, donde trato de reparar, sin éxito, el radio que siempre termina escuchándose peor.

Afuera, la lluvia cae, refresca la canícula y la banqueta despide una oda de vapores atrapados por el calor. Adentro, el bochorno agobia el aire y el poco razonamiento que me queda.

De la fama, sólo algunas hojas amarillentas de viejos periódicos tiradas por todas partes. Del dinero, apenas lo suficiente para pagar esta ratonera donde llevo años enclaustrado.

Quisiera levantarme a estirar las piernas, tal vez eso me ayudaría a desempolvar las telarañas que cubren mi creatividad.

Mientras enciendo otro cigarrillo veo mis extremidades inferiores, exánimes hace años, son tan inservibles como el radio que se empeña en trasmitir música.

Mis manos son como las ramas secas de un viejo árbol, ajadas, largas y huesudas. Las uñas amarillentas manchadas permanentemente de tinta.

La cama luce desordenada, igual que la última vez que me levanté. Pronto descubrí que da lo mismo estar acostado que sentado, el esfuerzo por trasladar mi humanidad mermaba lo poco que me queda de fuerzas y ocupaba la mitad de la mañana, así que opté por permanecer en la silla.

De mis necesidades fisiológicas me entero por el tufo que se mezcla con el aire saturado a humedad y el perenne rumor de las moscas, rondándome.

La única que se queja es Herminia, siempre viene de noche a dejar la charola de comida y se lleva intacta la que dejó el día anterior, su retahíla de maldiciones se escucha aún después de que cerró la pesada puerta, hasta que se pierde en el eco de la soledad.

Un acceso de tos me saca de mis cavilaciones. La colilla cae lejos todavía encendida.

Mis pulmones son dos costales raídos que apenas filtran el aire necesario para mantenerme vivo. Mi voz es un murmullo que se pierde entre las flemas que ahogan mi garganta.

De pronto, un resplandor rasga la obscuridad del cuarto que rebosa humedad por todos sus rincones.

¿Será la luz del día que encontró un recoveco para ingresar?

¿Será que por fin localizaron mi refugio y harán escarnio de mi decadencia? Herminia tendrá que reemplazar las cortinas esta noche.

No, no es la luz del sol que se cuela y martiriza mis pupilas acostumbradas a la eterna obscuridad. Es la colilla del cigarro que hace unos momentos escapó de mis dedos y esparce su brasa entre las hojas de papel tiradas en el suelo.

Salpica los libros hacinados en los estantes y se propaga por la madera podrida y seca que ahora sirve de leña que aviva el fuego.

Pronto, la humedad se mezcla con el espeso olor del humo. La temperatura del pequeño cuarto, de por sí asfixiante, duplica su intensidad.

Mientras veo como las llamas abrazan mis inservibles piernas, pienso:

¿Por qué no se me habrá ocurrido antes?

Astrid Paola

Tercer lugar Premio estatal José Agustín 2009

domingo, 28 de junio de 2009

Premio estatal José Agustín 2009


La Diosa Fortuna visita nuestro taller nuevamente, en esta ocasión la querida compañera ASTRID PAOLA gana el Primer y Tercer lugar del Premio José Agustín 2009.
Me da gusto por que nuestros talleres no la han tenido fácil para mantenerse a flote, recordarán los anteriores post de "Acapulco te quiero culto"(Yo, ciudadano) que el profesor Gustavo Martínez Castellanos con acierto, nos entregara dándonos a conocer las realidades y horrores para la difusión cultural en este puerto, a pesar de los pesares la Promotoría Cultural Aída Espino y todos los que la integramos seguimos en acción, vigentes y ganando premios.
¡Enhorabuena!

viernes, 26 de junio de 2009

Julio Cortázar - Sobre el cuento

- cuarta parte-

7. Objetivación del tema
(...) Un verso admirable de Pablo Neruda: "Mis criaturas nacen de un largo rechazo", me parece la mejor definición de un proceso en el que escribir es de alguna manera exorcizar, rechazar criaturas invasoras proyectándolas a una condición que paradójicamente les da existencia universal a la vez que las sitúa en el otro extremo del puente, donde ya no está el narrador que ha soltado la burbuja de su pipa de yeso. Quizá sea exagerado afirmar que todo cuento breve plenamente logrado, y en especial los cuentos fantásticos, son productos neuróticos, pesadillas o alucinaciones neutralizadas mediante la objetivación y el traslado a un medio exterior al terreno neurótico; de todas maneras, en cualquier cuento breve memorable se percibe esa polarización, como si el autor hubiera querido desprenderse lo antes posible y de la manera más absoluta de su criatura, exorcizándola en la única forma en que le era dado hacerlo: escribiéndola.


8. Temas significativos.
(...) Miremos la cosa desde el ángulo del cuentista y en este caso, obligadamente, desde mi propia versión del asunto. Un cuentista es un hombre que de pronto, rodeado de la inmensa algarabía del mundo, comprometido en mayor o menor grado con la realidad histórica que lo contiene, escoge un determinado tema y hace con él un cuento. Este escoger un tema no es tan sencillo. A veces el cuentista escoge, y otras veces siente como si el tema se le impusiera irresistiblemente, lo empujara a escribirlo. En mi caso, la gran mayoría de mis cuentos fueron escritos -cómo decirlo- al margen de mi voluntad, por encima o por debajo de mi conciencia razonante, como si yo no fuera más que una médium por el cual pasaba y se manifestaba una fuerza ajena. Pero esto, que puede depender del temperamento de cada uno, no altera el hecho esencial y es que en un momento dado hay tema, ya sea inventado o escogido voluntariamente, o extrañamente impuesto desde un plano donde nada es definible. Hay tema, repito, y ese tema va a volverse cuento. Antes de que ello ocurra, ¿qué podemos decir del tema en sí? ¿Por qué ese tema y no otro? ¿Qué razones mueven consciente o inconscientemente al cuentista a escoger un determinado tema.

A mí me parece que el tema del que saldrá un buen cuento es siempre excepcional, pero no quiero decir con esto que un tema debe ser extraordinario, fuera de lo común, misterioso o insólito. Muy al contrario, puede tratarse de una anécdota perfectamente trivial y cotidiana. Lo excepcional reside en una cualidad parecida a la del imán; un buen tema atrae todo un sistema de relaciones conexas, coagula en el autor, y más tarde en el lector, una inmensa cantidad de nociones, entrevisiones, sentimientos y hasta ideas que flotaban virtualmente en su memoria o su sensibilidad; un buen tema es como un sol, un astro en torno al cual gira un sistema planetario del que muchas veces no se tenía conciencia hasta que el cuentista, astrónomo de palabras, nos revela su existencia. O bien, para ser más modestos y más actuales a la vez, un buen tema tiene algo de sistema atómico, de núcleo en torno al cual giran los electrones; y todo eso, al fin y al cabo, ¿no es ya como una proposición de vida, una dinámica que nos insta a salir de nosotros mismos y a entrar en un sistema de relaciones más complejo y más hermoso?

(...) Sin embargo, hay que aclarar mejor esta noción de temas significativos. Un mismo tema puede ser profundamente significativo para un escritor, y anodino para otro; un mismo tema despertará enormes resonancias en un lector, y dejará indiferente a otro. En suma, puede decirse que no hay temas absolutamente significativos o absolutamente insignificantes. Lo que hay es una alianza misteriosa y compleja entre cierto escritor y cierto tema en un momento dado, así como la misma alianza podrá darse luego entre ciertos cuentos y ciertos lectores.

(...) Y ese hombre que en un determinado momento elige un tema y hace con él un cuento será un gran cuentista si su elección contiene -a veces sin que él lo sepa conscientemente- esa fabulosa apertura de lo pequeño hacia lo grande, de lo individual y circunscrito a la esencia misma de la condición humana. Todo cuento perdurable es como la semilla donde está durmiendo el árbol gigantesco. Ese árbol crecerá entre nosotros, dará su sombra en nuestra memoria.



martes, 23 de junio de 2009

Julio Cortázar -Sobre el cuento

-tercera parte-


(...) Cada vez que me ha tocado revisar la traducción de uno de mis relatos (o intentar la de otros autores, como alguna vez con Poe) he sentido hasta qué punto la eficacia y el sentido del cuento dependían de esos valores que dan su carácter específico al poema y también al jazz: la tensión, el ritmo, la pulsación interna, lo imprevisto dentro de parámetros previstos, esa libertad fatal que no admite alteración sin una pérdida irrestañable. Los cuentos de esta especie se incorporan como cicatrices indelebles a todo lector que los merezca: son criaturas vivientes, organismos completos, ciclos cerrados, y respiran.


(...) -¿Cómo se le presenta hoy la idea de un cuento?

-Igual que hace cuarenta años; en eso no he cambiado ni un ápice. De pronto a mí me invade eso que yo llamo una "situación", es decir que yo sé que algo me va a dar un cuento. Hace poco, en julio de este año, vi en Londres unos pósters de Glenda Jackson -una actriz que amo mucho- y bruscamente tuve el título de un cuento: "Queremos tanto a Glenda Jackson". No tenía más que el título y al mismo tiempo el cuento ya estaba, yo sabía en líneas generales lo que iba a pasar y lo escribí inmediatamente después. Cuando eso me cae encima y yo sé que voy a escribir un cuento, tengo hoy, como tenía hace cuarenta años, el mismo temblor de alegría, como una especie de amor; la idea de que va a nacer una cosa que yo espero que va a estar bien.


-¿Qué concepto tiene del cuento?

-Muy severo: alguna vez lo he comparado con una esfera; es algo que tiene un ciclo perfecto e implacable; algo que empieza y termina satisfactoriamente como la esfera en que ninguna molécula puede estar fuera de sus límites precisos.


5. El ritmo

(...) Cuando escribo percibo el ritmo de lo que estoy narrando, pero eso viene dentro de una pulsión. Cuando siento que ese ritmo cesa y que la frase entra en un terreno que podríamos llamar prosaico, me cuenta que tomo por un falsa ruta y me detengo. Sé que he fracasado. Eso se nota sobre todo en el final de mis cuentos, el final es siempre una frase larga o una acumulación de frases largas que tienen un ritmo perceptible si se las lee en voz alta. A mis traductores les exijo que vigilen ese ritmo, que hallen el equivalente porque sin él, aunque estén las ideas y el sentido, el cuento se me viene abajo.


6. Intensidad

(...) Basta preguntarse por qué un determinado cuento es malo. No es malo por el tema, porque en literatura no hay temas buenos ni temas malos, hay solamente un buen o un mal tratamiento del tema. Tampoco es malo porque los personajes carecen de interés, ya que hasta una piedra es interesante cuando de ella se ocupan un Henry James o un Franz Kafka. Un cuento es malo cuando se lo escribe sin esa tensión que debe manifestarse desde las primeras palabras o las primeras escenas. Y así podemos adelantar ya que las nociones de significación, de intensidad y de tensión han de permitirnos, como se verá, acercarnos mejor a la estructura misma del cuento.



lunes, 22 de junio de 2009

Julio Cortázar - Sobre el cuento

- segunda parte-

3. Brevedad
(...) el cuento contemporáneo se propone como una máquina infalible destinada a cumplir su misión narrativa con la máxima economía de medios; precisamente, la diferencia entre el cuento y lo que los franceses llaman nouvelle y los anglosajones long short story se basa en esa implacable carrera contra el reloj que es un cuento plenamente logrado.


4. Unidad y esfericidad.
(...) Para entender el carácter peculiar del cuento se le suele comparar con la novela, género mucho más popular y sobre el que abundan las preceptivas. Se señala, por ejemplo, que la novela se desarrolla en el papel, y por lo tanto en el tiempo de lectura, sin otro límites que el agotamiento de la materia novelada; por su parte, el cuento parte de la noción de límite, y en primer término de límite físico, al punto que en Francia, cuando un cuento excede de las veinte páginas, toma ya el nombre de nouvelle, género a caballo entre el cuento y la novela propiamente dicha. En este sentido, la novela y el cuento se dejan comparar analógicamente con el cine y la fotografía, en la medida en que en una película es en principio un "orden abierto", novelesco, mientras que una fotografía lograda presupone una ceñida limitación previa, impuesta en parte por el reducido campo que abarca la cámara y por la forma en que el fotógrafo utiliza estéticamente esa limitación. No sé si ustedes han oído hablar de su arte a un fotógrafo profesional; a mí siempre me ha sorprendido el que se exprese tal como podría hacerlo un cuentista en muchos aspectos. Fotógrafos de la calidad de un Cartier-Bresson o de un Brassai definen su arte como una aparente paradoja: la de recortar un fragmento de la realidad, fijándole determinados límites, pero de manera tal que ese recorte actúe como una explosión que abre de par en par una realidad mucho más amplia, como una visión dinámica que trasciende espiritualmente el campo abarcado por la cámara. Mientras en el cine, como en la novela, la captación de esa realidad más amplia y multiforme se logra mediante el desarrollo de elementos parciales, acumulativos, que no excluyen, por supuesto, una síntesis que dé el "clímax" de la obra, en una fotografía o un cuento de gran calidad se procede inversamente, es decir que el fotógrafo o el cuentista se ven precisados a escoger y limitar una imagen o un acaecimiento que sean significativos, que no solamente valgan por sí mismos sino que sean capaces de actuar en el espectador o en el lector como una especie de apertura, de fermento que proyecta la inteligencia y la sensibilidad hacia algo que va mucho más allá de la anécdota visual o literaria contenidas en la foto o en el cuento. Un escritor argentino, muy amigo del boxeo, me decía que en ese combate que se entabla entre un texto apasionante y su lector, la novela gana siempre por puntos, mientras que el cuento debe ganar por knockout. Es cierto, en la medida en que la novela acumula progresivamente sus efectos en el lector, mientras que un buen cuento es incisivo, mordiente, sin cuartel desde las primeras frases. No se entienda esto demasiado literalmente, porque el buen cuentista es un boxeador muy astuto, y muchos de sus golpes iniciales pueden parecer poco eficaces cuando, en realidad, están minando ya las resistencias más sólidas del adversario. Tomen ustedes cualquier gran cuento que prefieran y analicen su primera página. Me sorprendería que encontraran elementos gratuitos, meramente decorativos. El cuentista sabe que no puede proceder acumulativamente, que no tiene por aliado al tiempo; su único recurso es trabajar en profundidad, verticalmente, sea hacia arriba o hacia abajo del espacio literario. Y esto, que así expresado parece una metáfora, expresa sin embargo lo esencial del método. El tiempo del cuento y el espacio del cuento tienen que estar como condensados, sometidos a una alta presión espiritual y formal para provocar esa "apertura" a que me refería antes.

jueves, 18 de junio de 2009

Julio Cortázar -Sobre el cuento-

-primera parte -


1. El cuento, género poco encasillable

(...) Nadie puede pretender que los cuentos sólo deban escribirse luego de conocer sus leyes. En primer lugar, no hay tales leyes; a lo sumo cabe hablar de puntos de vista, de ciertas constantes que dan una estructura a ese género tan poco encasillable; en segundo lugar, los teóricos y los críticos no tienen por qué ser los cuentistas mismos, y es natural que aquéllos sólo entren en escena cuando exista ya un acervo, un acopio de literatura que permita indagar y esclarecer su desarrollo y sus cualidades.

2. Ajuste del tema a la forma

(...) Los cuentistas inexpertos suelen caer en la ilusión de imaginar que les bastará escribir lisa y llanamente un tema que los ha conmovido, para conmover a su turno a los lectores. Incurren en la ingenuidad de aquél que encuentra bellísimo a su hijo, y da por supuesto que los demás lo ven igualmente bello. Con el tiempo, con los fracasos, el cuentista capaz de superar esa primera etapa ingenua, aprende que en literatura no bastan las buenas intenciones. Descubre que para volver a crear en el lector esa conmoción que lo llevó a él a escribir el cuento, es necesario un oficio de escritor, y que ese oficio consiste, entre otras cosas, en lograr ese clima propio de todo gran cuento, que obliga a seguir leyendo, que atrapa la atención, que aísla al lector de todo lo que lo rodea para después, terminado el cuento, volver a conectarlo con su circunstancia de una manera nueva, enriquecida, más honda o más hermosa. Y la única forma en que puede conseguirse ese secuestro momentáneo del lector es mediante un estilo basado en la intensidad y en la tensión, un estilo en el que los elementos formales y expresivos se ajusten, sin la menor concesión, a la índole del tema, le den su forma visual y auditiva más penetrante y original, lo vuelvan único, inolvidable, lo fijen para siempre en su tiempo y en su ambiente y en su sentido más primordial.

(...) Pienso que el tema comporta necesariamente su forma. Aunque a mí no me gusta hablar de temas; prefiero hablar de bloques. Repentinamente hay un conjunto, un punto de partida. Hice muchos de mis cuentos sin saber cómo iban a terminar, de la misma manera que no sabía lo que había en la popa del barco de Los premios, y eso vale para todo lo que he escrito.

Es lo que me interesa más: guardar esa especie de inocencia -una inocencia muy poco inocente, si usted quiere, porque finalmente soy un veterano de la escritura- como actitud fundamental frente a lo que va a ser escrito.

No sé si usted ha hecho la experiencia, pero hay escritores que proyectan escribir un libro y se lo cuentan a usted en detalle, en un café, todo está listo, todo planteado: cuando lo escriben, generalmente es un mal libro.

lunes, 15 de junio de 2009

Notas de Cuentística

Acerca de mis cuentos

Jorge Luis Borges


Quien lee un cuento sabe o espera leer algo que lo distraiga de su vida cotidiana, que lo haga entrar en un mundo no diré fantástico -muy ambiciosa es la palabra- pero sí ligeramente distinto del mundo de las experiencias comunes.


¿Todo cuento es un cuento chino?

Gabriel García Márquez


La intensidad y la unidad interna son esenciales en un cuento y no tanto en la novela, que por fortuna tiene otros recursos para convencer. Por lo mismo, cuando uno acaba de leer un cuento puede imaginarse lo que se le ocurra del antes y el después, y todo eso seguirá siendo parte de la materia y la magia de lo que leyó. La novela, en cambio, debe llevar todo dentro. Podría decirse, sin tirar la toalla, que la diferencia en última instancia podría ser tan subjetiva como tantas bellezas de la vida real.


Julio Cortázar

Sobre el cuento


Un cuentista es un hombre que de pronto, rodeado de la inmensa algarabía del mundo, comprometido en mayor o menor grado con la realidad histórica que lo contiene, escoge un determinado tema y hace con él un cuento.


Charles Baudelaire

De la suerte y de la mala suerte en los comienzos


Los jóvenes escritores que hablando de un colega novel dicen con acento matizado de envidia: "¡Ha comenzado bien, ha tenido una suerte loca!", no reflexionan que todo comienzo está siempre precedido y es el resultado de otros veinte comienzos que no se conocen.

...creo más bien que el éxito es, en una proporción aritmética o geométrica, según la fuerza del escritor, el resultado de éxitos anteriores, a menudo invisibles a simple vista. Hay una lenta agregación de éxitos moleculares; pero generaciones espontáneas y milagrosas jamás.

Los que dicen: "Yo tengo mala suerte", son los que todavía no han tenido suficientes éxitos y lo ignoran.

jueves, 4 de junio de 2009

La ciudad desconocida


La ciudad estaba cubierta de ese ambarino color que reflejan los primeros rayos del sol. Observé con asombro cada detalle desde lo alto, la vista era privilegiada, el ángulo y la altitud dejaban al descubierto cada trazo de aquel lugar, se veía tan diminuta, que instintivamente acerqué mi rostro al cristal, me revolví en mi asiento con la inquietud que da la impaciencia, la emoción de visitar un nuevo lugar; aquella visión que me invitaba a perderme en sus calles, y a hablar con sus habitantes; me pregunté a qué olerían sus galerías; el sabor de sus comidas; el acento de su hablar; si llueve todas las tardes como en mi ciudad en esta época del año.

Algo me sucedía, creo que tanta emoción provocó ese mareo que con cierta frecuencia me recuerda que mi tiempo está contado y Dios sabe cuándo me recluirán en un frío hospital del que estoy seguro, no volveré a salir hasta que el olor de las flores del camposanto me envuelva con un invisible velo de olvido. Por eso me escapé, de un tiempo a la fecha mi familia me mira con ojos de desconsuelo, de pena, seguramen
te imaginan lo desdichado que debo sentirme por mi inminente partida al otro mundo, pero nadie se atreve a conversar del tema conmigo, creo que les sucede como a todos, que al obviar las cosas tristes pareciera que no existen, que se las llevará el viento como lo hace con las hojas secas antes de la llegada de las lluvias. Así, entre reflexiones, pensamientos de aquí y allá, mirando el río desde lo alto, me veo sumergido entre las aguas templadas de mi viaje secreto.

El pequeño hotel tiene un cierto aire señorial, lo elegí por la ubicación
frente al parque central, también por su discreta elegancia que me recuerda los tiempos idos. La habitación no era muy amplia aunque de tamaño suficiente para sentirme con aquella familiaridad que evoca mi propio aposento, los cortinajes de grueso gobelino verde se sostienen pesados, haciendo juego con la alfombra y los cuadros intentan dar una perspectiva al óleo de los rincones más pintorescos de aquel sitio. Miré por la ventana y a lo lejos distinguí la torre del reloj, competía en belleza y armonía con la iglesia renacentista, y su cúpula, testigo fiel del Cinquecento, me recordó un poco a Santa María del Fiore revestida de mármol de colores; pensé en Dios, y me pregunté si tendría algún santuario favorito de los tantos que se han construido en su nombre, creí escuchar una voz que me estremeció diciendo: “La capilla que más visito es la que mantiene una llama perenne, la del corazón”. Parpadeé como queriendo aclarar mis ideas, no encontré explicación (lo cierto es que no me esmeré demasiado en ello); me sosegué repitiéndome que eran cosas de viejos y sin más, salí del dormitorio.La recepcionista con una sonrisa amable me entregó un pequeño plano de la ciudad, era ciertamente muy fácil de entender.

¿Lugares de interés? Un cementerio, u
na iglesia, una plaza, una escuela religiosa para niñas y, la torre, señalados con un círculo rojo, sonreí y cuidadosamente lo guardé en el bolsillo de la gabardina. La calle daba los primeros atisbos intentando su perezoso despertar, caminé como quien sabe a dónde va. Una vez que pisé las márgenes del río que circula en torno a la ciudad, observé un conglomerado de torres, agujas y murallones cubiertos de enredadera, perdido estaba en mis pensamientos, cuando un poderoso aroma a café me lazó hasta atraerme a la pintoresca cafetería, sonreí al pedir una taza de la infusión, pensaba que no había nadie que me dijera lo que debía o tendría que hacer, ¡libre!, ¡solo!, sin familia que gobernara mis apetencias en pos de la salud, esto es vida, sí señor, volví a sonreír. No me levanté del lugar hasta apurar la última migaja de la vedada tostada con mantequilla.

Caminé por las calles de adoquín rosado y húmedo enfilándome al centro de la ciudad, observé los rostros de los apurados peatones, alguno me devolvió la sonrisa; era gente amable de facciones finas y narices rectas propias de las latitudes donde el frío se aposenta gran parte del año, me sentí como en casa, algo familiar me envolvía, ¿sería acaso el olor de los adoquines humedecidos por la llovizna de la noche anterior?, los rostros amables, o mi animo de aceptación…

Erré por sus callejuelas, expugnando cada rincón y cada esquina, deteniéndome a mirar aparadores, entrand
o en librerías polvosas, silbando, con la cabeza en blanco. Me senté en las bancas de la plaza, deambulé por las galerías, admiré la iglesia. Visité la tienda de antigüedades y me sorprendí al darme cuenta que no sentía la necesidad de comprar ningún recuerdo para llevar a la familia, este viaje era sana y egoístamente mío, de nadie más.

Con andar melancólico me dirigí al cementerio, era un espacio arbolado con una valla sobre suaves colinas vestidas de tupido y fino pasto, las lápidas hablaban de épocas remotas y sus mausoleos, del arte que consuela y acompaña nuestra última morada, muda ofrenda de amor a los seres queridos.

A lo lejos, las campanas de la iglesia llaman a misa, obediente, me enfilo y aquella visión de serena quietud que invita a la reflexión, forma ahora otra estampa en el paisaje.
De pronto te vi entre la gente, con aquel vestido de pequeñas flores negras sobre fondo blanco, tu rosario y el misal, nos miramos a la distancia, sentí que el tiempo se detuvo, que jamás habías muerto, que nunca te eché de menos, que mi tristeza por tu ausencia no existió, que tus manos siempre sostuvieron las mías… y poco a poco nos fuimos acercando hasta quedar tan próximos que con un abrazo te atraje hasta mi, respiré tu pelo, besé tus mejillas y lloré con la cabeza apoyada en tu hombro, cobijado por tus brazos.

Querida mía, gracias por acudir a la cita, gracias por esperarme.

Todo giró en mi cabeza, un torbellino frío sacudió mi cuerpo en rotaciones interminables que me hicieron desvanecer; a lo lejos escuché la puerta del des
ván abrirse con un sonoro golpe, al tiempo que caía desmayado atesorando en mi mano la esfera de cristal con aquella ciudad desconocida en miniatura que me regalaras cuando novios.

Ro
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Bruja Curandera

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"Aún una vida feliz no es factible sin una medida de oscuridad, y la palabra felicidad perdería su sentido si no estuviera balanceada con la tristeza. Es mucho mejor tomar las cosas como vienen, con paciencia y ecuanimidad"

〜※Carl Jung※〜