El amanecer va haciendo su aparición en el horizonte, la atmósfera esta cargada aun de humedad por la lluvia de anoche. De pie desde mi balcón me regalo aquel bello espectáculo como cada mañana, miro a la distancia la bahía, los cerros tapizados de naturaleza verde, el horizonte tintado de tonos rosados, amarillos, azules que acompañados de iluminadas nubes enmarcan aquel cuadro magnífico. Algunas pequeñas embarcaciones de pescadores locales son sorprendidas por la salida del sol a su regreso a la playa. La mar tranquila, que despierta sonriente, confiada.
Desde esta altura, distingo también el lento despertar de la ciudad, aunque mi mirada esta dirigida al mar, siempre al mar.
Me sorprende esta interrogante en mi mente: ¿quién podría renunciar a esto?, es un regalo para el alma, para los sentidos… quién podría no valorar la oportunidad de sentirse en estos mágicos momentos parte del planeta y hermanarse como habitante de este gran hogar. Creo que me es fácil comparar, por que he tenido otros amaneceres en mi vida menos hermosos o afortunados, en otras ciudades donde el ruido del tráfico no cesa aun de noche, la atmósfera gris cargada de humo contaminante y la ansiedad de sus habitantes moviéndose desesperados por llegar a tiempo a sus esclavizantes e inciertos empleos, donde el agotamiento se dibuja en sus rostros por la lucha diaria de los unos contra los otros.
Desde el que aun sigue siendo mi balcón, os dejo estas líneas y extiendo mis brazos al cielo que parece más cerca de mí para recibir el abrazo protector del creador de todo esto y compartirlo con todos vosotros.