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sábado, 27 de agosto de 2011

Gabriel García Márquez – Cuento


Llegamos a Arezzo un poco antes del medio día, y perdimos más de dos horas buscando el castillo renacentista que el escritor venezolano Miguel Otero Silva había comprado en aquel recodo idílico de la campiña toscana. Era un domingo de principios de agosto, ardiente y bullicioso, y no era fácil encontrar a alguien que supiera algo en las calles abarrotadas de turistas. Al cabo de muchas tentativas inútiles volvimos al automóvil, abandonamos la ciudad por un sendero de cipreses sin indicaciones viales, y una vieja pastora de gansos nos indicó con precisión dónde estaba el castillo. Antes de despedirse nos preguntó si pensábamos dormir allí, y le contestamos, como lo teníamos previsto, que sólo íbamos a almorzar.

-Menos mal -dijo ella- porque en esa casa espantan.

Mi esposa y yo, que no creemos en aparecidos del medio día, nos burlamos de su credulidad. Pero nuestros dos hijos, de nueve y siete años, se pusieron dichosos con la idea de conocer un fantasma de cuerpo presente.

Miguel Otero Silva, que además de buen escritor era un anfitrión espléndido y un comedor refinado, nos esperaba con un almuerzo de nunca olvidar. Como se nos había hecho tarde no tuvimos tiempo de conocer el interior del castillo antes de sentarnos a la mesa, pero su aspecto desde fuera no tenía nada de pavoroso, y cualquier inquietud se disipaba con la visión completa de la ciudad desde la terraza florida donde estábamos almorzando. Era difícil creer que en aquella colina de casas encaramadas, donde apenas cabían noventa mil personas, hubieran nacido tantos hombres de genio perdurable. Sin embargo, Miguel Otero Silva nos dijo con su humor caribe que ninguno de tantos era el más insigne de Arezzo.

-El más grande -sentenció- fue Ludovico.

Así, sin apellidos: Ludovico, el gran señor de las artes y de la guerra, que había construido aquel castillo de su desgracia, y de quien Miguel nos habló durante todo el almuerzo. Nos habló de su poder inmenso, de su amor contrariado y de su muerte espantosa. Nos contó cómo fue que en un instante de locura del corazón había apuñalado a su dama en el lecho donde acababan de amarse, y luego azuzó contra sí mismo a sus feroces perros de guerra que lo despedazaron a dentelladas. Nos aseguró, muy en serio, que a partir de la media noche el espectro de Ludovico deambulaba por la casa en tinieblas tratando de conseguir el sosiego en su purgatorio de amor.

El castillo, en realidad, era inmenso y sombrío. Pero a pleno día, con el estómago lleno y el corazón contento, el relato de Miguel no podía parecer sino una broma como tantas otras suyas para entretener a sus invitados. Los ochenta y dos cuartos que recorrimos sin asombro después de la siesta, habían padecido toda clase de mudanzas de sus dueños sucesivos. Miguel había restaurado por completo la planta baja y se había hecho construir un dormitorio moderno con suelos de mármol e instalaciones para sauna y cultura física, y la terraza de flores intensas donde habíamos almorzado. La segunda planta, que había sido la más usada en el curso de los siglos, era una sucesión de cuartos sin ningún carácter, con muebles de diferentes épocas abandonados a su suerte. Pero en la última se conservaba una habitación intacta por donde el tiempo se había olvidado de pasar. Era el dormitorio de Ludovico.

Fue un instante mágico. Allí estaba la cama de cortinas bordadas con hilos de oro, y el sobrecama de prodigios de pasamanería todavía acartonado por la sangre seca de la amante sacrificada. Estaba la chimenea con las cenizas heladas y el último leño convertido en piedra, el armario con sus armas bien cebadas, y el retrato al óleo del caballero pensativo en un marco de oro, pintado por alguno de los maestros florentinos que no tuvieron la fortuna de sobrevivir a su tiempo. Sin embargo, lo que más me impresionó fue el olor de fresas recientes que permanecía estancado sin explicación posible en el ámbito del dormitorio.

Los días del verano son largos y parsimoniosos en la Toscana, y el horizonte se mantiene en su sitio hasta las nueve de la noche. Cuando terminamos de conocer el castillo eran más de las cinco, pero Miguel insistió en llevarnos a ver los frescos de Piero della Francesca en la Iglesia de San Francisco, luego nos tomamos un café bien conversado bajo las pérgolas de la plaza, y cuando regresamos para recoger las maletas encontramos la cena servida. De modo que nos quedamos a cenar.

Mientras lo hacíamos, bajo un cielo malva con una sola estrella, los niños prendieron unas antorchas en la cocina, y se fueron a explorar las tinieblas en los pisos altos. Desde la mesa oíamos sus galopes de caballos cerreros por las escaleras, los lamentos de las puertas, los gritos felices llamando a Ludovico en los cuartos tenebrosos. Fue a ellos a quienes se les ocurrió la mala idea de quedarnos a dormir. Miguel Otero Silva los apoyó encantado, y nosotros no tuvimos el valor civil de decirles que no.

Al contrario de lo que yo temía, dormimos muy bien, mi esposa y yo en un dormitorio de la planta baja y mis hijos en el cuarto contiguo. Ambos habían sido modernizados y no tenían nada de tenebrosos. Mientras trataba de conseguir el sueño conté los doce toques insomnes del reloj de péndulo de la sala, y me acordé de la advertencia pavorosa de la pastora de gansos. Pero estábamos tan cansados que nos dormimos muy pronto, en un sueño denso y continuo, y desperté después de las siete con un sol espléndido entre las enredaderas de la ventana. A mi lado, mi esposa navegaba en el mar apacible de los inocentes. "Qué tontería -me dije-, que alguien siga creyendo en fantasmas por estos tiempos". Sólo entonces me estremeció el olor de fresas recién cortadas, y vi la chimenea con las cenizas frías y el último leño convertido en piedra, y el retrato del caballero triste que nos miraba desde tres siglos antes en el marco de oro. Pues no estábamos en la alcoba de la planta baja donde nos habíamos acostado la noche anterior, sino en el dormitorio de Ludovico, bajo la cornisa y las cortinas polvorientas y las sábanas empapadas de sangre todavía caliente de su cama maldita.

Enlace: "Cuento entre vitalista y tenebroso"


domingo, 14 de agosto de 2011

Todo cambió - Camila

“Necesito sentir la emoción de la vida, la agitación alrededor de mí”

Auguste Renoir

Escuchar una canción, leer un pasaje cargado de emociones que conocemos, que nos identifican y reflejan como un espejo nuestra propia imagen; un objeto, un olor… disparan mecanismos que con frecuencia nos transportan a otra realidad.

Mas allá de lo poético, filosófico y literario, William James y Carl Lange, nos dan la pauta psicológica:

Las emociones

Estímulo Respuesta Feedback Sentimiento


Psicológicamente, las emociones alteran la atención, hacen subir de rango ciertas conductas guía de respuestas del individuo y activan redes asociativas relevantes en la memoria.

¿Habrá quien se escape?

¿Qué sería del ser humano sin emociones?

¿Acaso es una razón que justifica de la empatía de unos con otros?


Ro

Enlace: “Aléjate de mi”

domingo, 7 de agosto de 2011

Algo sucede en Acapulco


Ciertamente algo terrible esta sufriendo mi ciudad, aunque no es la única en el país que vive la oleada de violencia que toca los matices sanguinarios y de terror. En Acapulco muchos de los que la habitamos nos inquieta e inconforma por que vemos el deterioro que en todos los ámbitos la va transformando en algo que no quisiera que fuera realidad. No es el único problema que ofrece un puerto conformado por personas llegadas de muchos lugares nacionales e internacionales, que aunque ofrece ventajas, en la cotidianidad se manifiesta en la falta de arraigo, identidad, de querencia y compromiso. La educación, la economía, la cultura siguen desempeñando un papel preponderante, se necesita verdadera labor enfocada en valores que amplíen la visión de los habitantes. Muchas son las carencias que aunado a la improvisación de nuestros gobernantes que han hecho realidad esta pesadilla. No son suficientes las ‘buenas intenciones’, se necesita eficacia, estudiar y resolver la inseguridad que mantiene de rehenes a todo el que se aventura en este ‘territorio de nadie’, ¿cómo llegamos a esto? Hoy casi nadie se atreve a pasear tranquilamente por las calles, salir a divertirse por las noches como sucedía años atrás, es lamentable ver que Acapulco se ha convertido en un campo de batalla, donde los grupos de narcotraficantes se disputan este enclave. ¿Y nosotros dónde quedamos? Tenemos que vivir en zozobra temiendo por una balacera a plena luz del día fuera de una escuela, centro comercial, circulando por cualquier calle, en la playa, no hay barrio ni lugar que se salve, estamos expuestos a quedar en medio de cualquier fuego cruzado como le ha sucedido a muchos paisanos, niños, señoras, hombres inocentes que su mala fortuna les hizo quedar en un escenario trágico de disputa de personajes que se mezclan entre la gente y disparan sin contemplaciones. ¿Qué hacer ante esto?, ¿Cuál es la solución?

La corrupción se ha extendido sin miramientos, sin contención, ha sido la cuna del terror que vivimos, la nota roja que a diario se publica no es ficción. Me pregunto ¿es acaso nuestra elección?

Este enlace es de una narración que muestra algo de lo que he escrito: http://elregionaldelacosta.com/editoriales/estatales/728-DE-MADRUGADA-EN-ACAPULCO.html

Ro

Enlace: "Interrogantes"




lunes, 1 de agosto de 2011

El Grito de Dolor



Perla y su soliloquio, cuyo contenido seguramente la mayoría de los mexicanos compartimos.
Habrá los que no se sientan aludidos, será tal vez, ¿por que están del otro lado del problema?,
viviendo una realidad y un México desde un paisaje económico
muy, pero muy diferente a de la mayoría.
Este videoclip ha despertado opiniones encontradas, algunos
aseguran que "No pasa nada", otros que dicen que todos somos el problema y
que este tipo de protesta no vale de nada...
yo creo que la inconformidad crece, que el pueblo se entera de todo y que
tiene memoria... y
¿Tu que piensas?











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Bruja Curandera

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"Aún una vida feliz no es factible sin una medida de oscuridad, y la palabra felicidad perdería su sentido si no estuviera balanceada con la tristeza. Es mucho mejor tomar las cosas como vienen, con paciencia y ecuanimidad"

〜※Carl Jung※〜